Tu que estás en mi sangre como un ave que nunca
se termina de ahogar. No siempre
tú cabes en la pobre presencia de las cosas.
Nadador de mis venas, relojero sin tiempo
que en mi pecho golpeas.
Hace ya muchso años,
vendedores de agua sobre burros dormidos
madrugaban contigo por la calle entre sueños,
despertabas errante cantando
como cuando trasnochas
en la guitarra inútil como el cielo.
Y hace hoy mucho tiempo, yo decía:
Los hombres no comprenden
que por ser malos...
no comprenden...
Son los mismos que u día se me quedaron claros
porque yo los lavaba con preguntas de niño.
Y sin embargo, oh, mano,
por ti spoy ya como los otros hombres.
Siento como me empujas
sobre la larga herida de la calle.
Es pequeña tu vida mano humana que tienes
una peseta frente a las estrellas...
Ahora comprendes que te pesan los tiempos,
América te espera como carne de boda.
Pero, ya ves, aquello me crece ya hacia dentro.
Déjame que te ponga mi frente entre tus dedos.
Tú que eres siempre, mano: tierra suelta del hombre.
Déjame con tu herida,
que la sangre que sufre siempre es ala.