¿No sientes que mi sangre suelta de pronto pájaros?
Si yo pudiera ahora ponerme a juntar ojos,
a llenarme las manos de habitantes que duelen,
y a enterrarme sus dientes lo mismo que semillas...
¿No sientes que mis brazos crecen como dos ramas?
Si yo pudiera ahora dárselos a los ciegos.
Yo crezco entre los cines, peluqueros, modistos,
igual que un lento fruto que crece entre su cáscara.
Vuelvo y me digo ahora: la raíz no es del hombre;
debe haber otra vez huéspedes en mis venas,
recorriéndolo todo, penetrándolo todo,
como un largo cuchillo vestido de palabra.
Ya siento que me duele la piedra sin tocarme.
Aquí la fuga es mía, la disgregada cosa.
Hacedme herida, tiempo; golpeadme tiempo el sueño,
que por mi herida sale la estatua de un silencio.
Algo tendré que busco los pétalos obreros,
¿tendré altura de rosa? ¿No mediré ya el viento?
Alguien busca y encuentra por mis perdidas venas
la familia de luces que la epidermis calla.
Estos huesos que siempre los números dirigen,
si el armazón no fueran de una palabra, un hambre;
si la mano en la sombra no viniera pensando,
¡oh qué cerca estuvieran de la rosa los hombres!
No me siento caído ni pegado a la tierra.
¿Para qué paso entonces por entre Ios harapos
de voces sin zapatos, pero con pies azules?
(Por algo hay en mí sangre pesadilla de alondras.)
¿Pero por qué los brillos de este metal que crece
en los filos del ojo? ¿Tendré yo todavía
que perseguir esencias y misteriosos vientos
enemigos del pan y fuerza de jardines?
La guitarra se pudre en las manos sin hambre...
Por algo está este viento enterrado y sin gente.
Quiero sacar mis dedos y fabricar presencias
en el aire del cuerdo que duerme la guitarra.
Ponedme aquí a la puerta por donde viene alguien
que tiene entre las manos el cadáver del tiempo,
Aquí, sólo con sangre, aquí yo diré cosas
que tienen el tamaño simplemente del hombre.
Lucho con la neblina que se pega a la voz.
¿Pero hace tanto tiempo que me arranqué los ojos?
¿Tendrá que ver la tierra con estas cosas mías?
Ella que anda desnuda desde que estoy sin ojos.
De cosa calculada y amargo paso hecho
se me cae este duro pasaporte de sangre.
Yo quiero simplemente saber si por mi herida
la tierra seca busca su esperanto de río.
Hay, ya sé, comerciantes con pasos de azucena.
No invitadas palabras casi arrugan el aire.
Hay alguien que podría ver hacia arriba y verme
joven de azul y siempre tan viejo de preguntas.
La cosa innecesaria que se pesa y se mide,
este inútil idioma: cáscara de tu alma;
además, en desuso... en desuso si alguien...
si no fuese tan joven la vejez de este viento.
Cabe, dice la niebla, la nada en este hombre,
¿sufre tal vez la nada? Voy a decir y grito
que estoy en cada cosa, que cada cosa duele
cuando yo pienso y veo. Voy a cuidarme ahora
en la nada y la rosa. Yo vigilo mi origen
descuidando las cosas más pequeñas del hombre...
Alguien me dirá entonces que hago sufrir distancias.
¿Estaré yo en las piedras buscando mi palabra?
¿Y qué puede esta dura reunión de mi cuerpo,
aquí, perdida en sombra, inútil, agarrada?
¿Pero de qué se agarra? ¿Qué le duele a mi niebla,
y al aire que hay en mí de partida y sin viaje?
¿Para qué son entonces este lujo en la rama,
y el otro que congrega la rosa en el olfato?
Mi tacto; que es varón, busca soltar palomas,
y hacer cosas de aire sin edad y ser hombre.
De caballo y de pétalos está hecha mi frente.
¡Qué enemigo que estoy de la piel y mi nombre!
Mi defensa de esencias mata los calendarios,
y otras cosas presentes como los cementerios.
La pobre cal que viste de novia las paredes,
y este rumor de olas que no quiere venir
de donde viene el tiempo. Por la herida los huesos
como letras perdidas salen a usar la noche.