Macedonio Fernández

Layda

Adelaida —Beethoven —1800
Poema a mente confusa de: Layda—yo —1930
 
—Llamad, llamad ¿buscáis las palabras en Layda?
—Es que no sabemos las palabras por Layda,
las palabras que devuelven Layda.
—Llamad; ¡pero llamad!
 
La muerte nunca quiso ser creída.
Y se mostró en Layda para elocuencia de su afán de no ser creída.
Quien conoció a Layda y su boca siempre con palabras porque siempre Layda
tenía que decir a otro “Gusto de que tú vivas” —y esto era
lo que en todo lo que dijera se decía—no creerá más un morir de ella ni uno propio.
 
¿Hay en lo Real una muerte de Layda?
Lo que es del modo del vivir—sentir, nunca pudo salir de su modo.
Lo muerto lo fue siempre y será, nunca pudo salir de su modo.
¿Pudo ignorarse que había Adelayda?
¿Pudo saberse un día: Layda ha muerto?
Hubo que creerlo ahora: Layda tenía muerte.
Oh, no: la hora es de no creer muerte en Layda.
Es que Layda era una en que Muerte puede hacerse comprender,
es decir hacerse por fin increer.
Mortales son sólo los que no tienen el latido de increer la muerte en Layda.
Sí, viniste para que ya la muerte no fuera creída.
 
Es mucho silencio; es el mayor silencio que se ha Dado.
Oh ¡Te has callado mucho, Layda!
Oh Muro, oh Silencio. ¡Tú en la Ribera sin otra, sin Eco de ribera!
Donde del paso último sólo la forma de un pie se lee.
Oh Layda nombrada en el eco de “lágrimas”
Layda Lovgan. Ah.
Piaciuto o affrontato da...
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