Miró enloquecido los rostros plácidos de su pueblo
y de los músicos de Asaf. Inspiró profundamente y
de su corazón se elevaron unas terribles palabras...
(Robert Graves)
Odia al enemigo. Súmate al coro. Levanta tu voz contra el enemigo.
Envenena sus pozos. Que sus aguas se conviertan en manantiales de muerte.
Quema sus siembras. Que de noche mientras duerme
se le eche encima el terror mordiéndole los labios.
Que el fuego siegue sus cosechas. Y si alguna semilla útil quedara después de la devastación
si en la próxima temporada ves crecer sus trigales
desea que arrecien lluvias bíblicas. Abre diques. Desvía el cauce de los ríos. Envíale plagas.
Dificúltale el camino a tu enemigo.
Sírvele miel y granos a tus dioses.
En sus altares pide para tu enemigo todo el mal del mundo.
Desea que el vientre de su esposa se seque como una fruta madura al sol.
Que no le dé hijos para alegrar las tardes junto a la choza. Y si los tuviera
si los dioses no te escucharan deséale que una víbora muerda su talón. Que vaya al bosque por leña y distraído coma de algún fruto envenenado.
Levanta columnas de humo por el Norte. Ataca por el Sur.
Siémbrale la duda. Provócale el pánico. Créale el caos.
La desunión.
Divide a tu enemigo.
Levanta falsos testimonios. Que sus aliados lo culpen.
Le maldigan.
Le den las espaldas.
Coloca bajo su almohada la prueba del crimen. Distínguelo.
Deja que juzguen inmerecidamente a tu enemigo.
Que lo condenen a morir de sed/ de hambre.
En sus bodegas remueve la serenidad lacustre del fermento de los vinos (La sangre que bendice la mesa donde come). Y derrama el viejo amargo vino del rencor sobre su pan.
Pudre sus levaduras. Que no tenga cómo invocar a su dios. Fuego para calentar los huesos de los suyos. Mesa donde sentarse a comer en paz.
Deséale la muerte al más viejo de su casa.
Que se quede solo el sicomoro donde se recostaba cada tarde.
Y que el sicomoro dure muchos años para que le recuerde que en ese sitio su padre sembró un imposible.
Hiéndete en el recuerdo que más le duela.
Derrama sal sobre su herida. Insiste.
Que cada nuevo día sea una hornada de humillación para tu enemigo.
Apedréale los perros. Deja los cadáveres hinchados colgando del robledal florecido junto al camino.
Que la jauría llegue a los prados donde a una palmada los conejos levantan las orejas y saltan al oleaje infinito de las yerbas.
No descanses. Odia a tu enemigo.
Que al cruzar el iris sobre los campos encuentre muertas sus palomas.
Que los patos salvajes coman peces amargos.
Que las lagunas se sequen. Se vuelvan de sal los campos.
Que no obtenga ni fruto ni sombra.
Que un rayo abra en dos el pecho a su caballo.
Que no tenga paz el hombre al que tanto odias.
Con ese odio visceral. Telúrico. Capaz de detener el rumbo de los vientos.
Cambiar el curso de las noches y los días. La órbita a los astros.
Encárgate de que sus aliados no le escuchen.
Hazlos sordos a su lamento. Sordos. Y mudos. No permitas que tu enemigo en la hora de su muerte tenga una palabra de consuelo junto a la cama.
Ódialo. Mancha su camisa blanca. Levanta arcos de triunfo sobre su derrota. Piensa que en tu caso él haría lo mismo.
Y prepárate para el día que lo veas finalmente junto a la choza hecha cenizas surgir de entre las huestes vencido. Dar un último paso al frente.
La espada clavada en la tierra. Y el carcaj vacío.
Prepárate para el día en que lo veas echarse sobre el cadáver del más pequeño de su casa y rasgarse en prueba de dolor los vestidos poseído por ese dolor hondo que le ha dejado sin fuerzas para pedir que le mates. No te apiades. No abdiques en ese último minuto. No revientes su cabeza.
Tendrás que ser tan cruel como hasta el momento.
Déjalo con un nudo latiéndole en la garganta. Apretándole el pecho.
Pero si por alguna inesperada razón te domina la piedad
y recuerdas que «el dolor donde esté es tierra santa»
no perpetúes su pena. Que no vacile tu mano...
Que de regreso a la choza donde te aguarda el aceite para curar las heridas puedas echarte a dormir en paz entre los paños. Y en el sueño
al mirar atrás hundiéndote como una barca en la noche
encuentres tu corazón bajo los astros
pastando mansamente junto a las bestias luminosas de la inocencia.