Luis Felipe

De los vicios y los besos

Un poema sobre drogas, placeres y tú.

Aquí estoy.
19 de septiembre,
tal vez me repito esto
para recordar que debo estar presente,
pero lo haré.
 
Siempre he sido un hombre de vicios a evitar:
detesto el cigarrillo,
tolero el alcohol en compañía,
y el juego—con el tiempo—
me deja un sabor amargo de aversión y remordimiento.
¿Por qué no aceptar
que las drogas que alteran mi percepción de la vida
siempre me hacen ojitos?
Las pruebo,
aunque el pasado me haya dejado cicatrices.
 
Sin embargo, a ojos cerrados,
hay una droga ante la que me rindo,
de rodillas,
mientras le pido a Dios que me libre de volverme adicto.
 
Eres tú.
Eres el éxtasis en un abrazo junto a tu cuerpo,
el olor que emana de tu cabello,
de tu cuello,
ese aroma delicioso que respira feminidad.
 
Eres la suavidad de tu piel,
como nubes tocadas por mis manos.
Eres la comisura ardiente de tus labios en los míos,
la curva de tus pechos,
montañas que dibujan los Pirineos.
Si hablara solo de lo superficial,
podría escribir mil tratados
sobre cada rincón de tu cuerpo.
 
Pero peor que el vicio
de percibirte con mis cinco sentidos
es el vicio de querer que me ames,
sabiendo que no siempre puede ser así.
 
Basta solo un grado de atención,
una pizca de paciencia,
un gramo de entendimiento,
una porción de compañía,
un cargamento—en dosis pequeñas—
de tu tiempo.
 
Sin saberlo, querida,
te has convertido en la droga perfecta.
 
Pero, al final,
vicio es vicio,
y sé que cualquier hombre paga bien por él.
Dios me cuide de caer,
otra vez,
en una droga como tú.

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