Los Pobres I
Gente sin nombre, sin rostro ni suerte,
que cada mañana despierta sin fuerza,
espera un milagro que nunca aparece,
mientras el destino su vida entristece.
No tienen casa, viven en sombras,
caminan calles que el mundo no nombra,
trabajan duro por migas de pan,
y sueñan con algo que nunca vendrá.
Dicen que el cielo algún día brillará,
que la justicia por fin llegará,
pero los años se van sin parar,
y el agua clara jamás brotará.
No tienen libros, ni letras ni voz,
su historia es polvo que borra el rencor.
Hablan con gestos, con risas cansadas,
sus penas son muros, sus gozos, nada.
Los ven pasar, pero nunca los miran,
en las estadísticas nadie los escribe.
Son sombra breve, rumor en el viento,
fantasmas grises sin nacimiento.
Trabajan hierro, cosechan la tierra,
cargando sueños que el tiempo entierra.
Sus manos gruesas, su espalda doblada,
son los pilares de una casa ajena.
No tienen dios, pero rezan al cielo,
no tienen rey, pero sirven al suelo.
No son bandera, ni himno, ni gloria,
solo un susurro en la misma historia.
Y cuando caen, no hay flores ni canto,
solo un silencio que ahoga el quebranto.
El mundo sigue, su nombre se olvida,
y en un rincón se apagó su vida.
Los pobres, sin futuro ni ayer,
saben que el precio no puede ser más:
valen menos que el plomo traidor
que corta el hilo de su propio amor.
Pero en la noche, si escuchas con calma,
su risa guarda una antigua llama.
Resiste el fuego que el tiempo no apaga:
mientras existan, la esperanza nace.
—Luis Barreda/LAB