Ciudadano del Viento
El mundo es mi patria extensa,
un mapa sin líneas dibujadas,
la tierra que me abraza intensa,
cuna de almas descalzas, desnudas.
La humanidad, mis hermanos,
sangre de un mismo latido,
no hay credo ni muro lejano
que rompa este lazo tejido.
Hacer el bien es mi religión,
no hay templo más puro que el pecho,
ni altar más noble que el suelo
donde el llanto y el riso han hecho.
Un ser humano es persona
antes que bandera o nación,
ciudadano de la aurora
que no entiende de fronteras ni color.
Somos raíces del mismo bosque,
hojas que un viento dispersa,
el mismo sol nos acoge
en su lumbre universal y tersa.
¿Qué es una línea en la arena
sino el miedo hecho cicatriz?
¿Qué son las murallas de hierro
sino el llanto de un país infeliz?
No hay piel que defina la esencia,
ni dios que fragmente el amor,
somos ríos que buscan la mar
con su canto de vida y rumor.
Las fronteras son para los países,
no para el vuelo del alma,
que se alza como gaviota
sobre espumas de sal y calma.
Mi cuerpo es un atlas sin nombres,
mis venas, caminos del mundo,
en mi voz resuenan los himnos
de un planeta diverso y fecundo.
No me definen colores
ni me encadenan dogmas,
soy hijo de todos los dolores
y hermano de todas las lágrimas.
El odio es un fuego que apago
con versos de trigo y olivo,
construyo puentes de abrazo
donde otros alzan muros nocivos.
Un ser humano es persona
antes que ciudadano o ley,
somos luz antes que sombra,
barro que sueña con ser rey.
Y aunque la historia nos parta
en pedazos de tiempo y nación,
nadie podrá enjaular el alma
ni robarle su vocación.
Al final, cuando el polvo nos lleve
de vuelta al suelo sin dueño,
solo quedará lo que sembramos:
el mundo como patria y el bien como espejo.
Repitamos hasta el eco:
Somos ciudadanos del viento,
libres de ataduras y cegueras,
haciendo del amor nuestro aliento.
—Luis Barreda/LAB