Te miré así, fijamente
y se humedecieron las ganas
abriendo senderos mojados
allá afuera de la mente.
No hicieron falta versos:
en silencio, habló el cuerpo
y la saliva corrió en un río
salpicado de afluentes.
¡Juventud, eterna cadencia!
dame más ritmo en las venas
dilata ese suave cordón
que me une a tu presencia.
Ebriedad entre mis piernas
—tan jóvenes todavía—
tan vírgenes de tu ausencia
tan tuyas, que no son mías.
Y resbalar. Ahora. Siempre.
Resbalar en el abismo
de la gran cosquilla triunfal
—espasmódico exorcismo—
Resbalar tan flojamente
que me vuelva casi agua
y a tus ojos transparentes
sea carne, polvo, nada.