En un rincón del tablero, el alfil la observa,
trazando peligrosos caminos en diagonal,
como su amor, que en silencio se revela,
sigiloso, pero imposible de ignorar.
El rey se inclina, sabio y reservado,
protegiendo su reino con firmeza y fe,
mas en su corazón, ella es la reina,
y en sus brazos encuentra su razón de ser.
Las torres son guardianas de su risa clara,
los caballos, sus sueños que no temen volar,
y yo, un simple peón en su tablero,
esperando un susurro, la orden para actuar.
Su sonrisa es el jaque a mi corazón,
cada partida late con pasión,
y cuando sus labios pronuncian el mate,
mi alma se inclina, rendida en devoción.