De las memorias de Hilarión, por LAD
Sentado sobre las raíces expuestas de un árbol, extasiado por el paisaje increíble que ante mí se manifestaba, escucho un Namaste lejano, como si el viento lo pronunciara, junto mis manos y las llevo a la frente, ofreciendo mi respeto a las montañas sagradas.
Una rueda de oración se encontraba a pocos pasos a mi derecha que sola comienza a girar, es hora de proseguir mi camino, pienso mientras termino la porción de sopa de vegetales que tengo en mi gastado cuenco.
A los 4000 metros sobre el nivel del mar se sienten los efectos de la altura, por lo cual la respiración cambia hacia un ritmo más acelerado, lo que para un lugareño es algo normal para cualquier otra persona es algo agotador, mas todo es compensado por la belleza de los picos nevados en contraste con un cielo de un celeste brillante.
Prosigo por el sendero durante la tarde, me acompañan las cascadas y los arroyos que son parte del amor de las montañas expresando sus bendiciones con el agua más pura y cristalina que pueda existir.
Luego de andar por más de 3 horas, me senté al costado del camino empinado y resbaladizo, dada la ventisca que de pronto se había levantado y que me golpeaba con fuerza, me di cuenta que me faltaban unos 500 metros para llegar a mi destino.
El gran lago oculto, espejo y portal, el frio que me acompaño todo el camino se fue disipando a medida que una luna blanca y radiante cubría todo el lago, volviéndose lentamente toda ella azul zafiro, un cristal divino, abriendo así el portal hacia la gran ciudad.