Babalú

El caos

No puedo decir que estoy enamorado de ti.
Eso sería una gran mentira,
y una pésima idea.
No, no tengo tiempo para cuentos románticos,
pero tampoco soy tan idiota como para negarlo:
te metiste en mi vida como un error fascinante,
una jugada inesperada de la entropía,
un giro que no vi venir.
 
Nos conocimos en el lugar equivocado,
en la hora menos oportuna,
haciendo algo que me gusta
–cosa rara, porque a estas alturas
nada me gusta tanto como aparento.
Pero ahí estabas,
como quien no quiere la cosa.
 
Te alojaste en mi cabeza
como un recuerdo necio,
una imagen que no supe borrar,
un huésped incómodo,
ocupando espacio sin pagar renta.
Y, mira, no me engaño:
tienes esa mezcla de piel clara,
cabello oscuro en espirales,
un aire que grita misterio.
Pero seamos sinceros:
la verdadera atracción es tu sonrisa,
el veneno sutil de tus palabras,
lo que no dices,
lo que insinúas.
 
A simple vista, podrías pasar sin pena ni gloria,
ser una más entre la multitud.
Pero hay algo ahí,
algo que el ojo común no alcanza,
una profundidad que apuesto pocos se han atrevido a explorar.
No eres difícil de encontrar, no,
lo difícil es salir intacto de tu esfera.
Eres un enigma disfrazado de normalidad,
la tentación perfecta para el que quiere irse,
pero se queda.
 
Esto que escribo, no lo hago desde el amor,
ni por ganas de algo eterno –por favor.
Es el impulso descarado de la curiosidad,
la mezcla entre lo platónico y lo peligroso,
un deseo apenas sutil,
una línea fina donde la admiración se mancha
de un interés menos decoroso.
 
Así que aquí estoy,
cediendo a la danza de lo inevitable,
pensando que, tal vez,
todo esto no es más que un buen juego
de la entropía, una excusa,
una jugada sucia del destino
para cruzar mis pasos con los tuyos
y descubrir hasta dónde llega
este error tan exquisito.

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