El ruiseñor azul de mi entresueño
sigue en el alba dándome su canto.
Hay una luz naciente sobre el llanto
y en «dejarse ir», un nuevo empeño.
En la mujer desierta, ya sin dueño,
en la mujer ungida del espanto
de «ya no poder más», un nuevo canto
álzale el surtidor entre su sueño.
Desabrocha una flor en la maraña
la pequeña corola de la huraña
estrella temerosa; todo tiene,
una leve señal de epifanía.
Hasta parece que sonríe el día
para la dulce noche que me adviene.