Caricamento in corso...
Saimi in the Meadow, by Eero Järnefelt
Juan Rufo

Carta que juan Rufo escribió a su hijo siendo muy niño

Dulce hijo de mi vida,
juro por lo que te quiero
que no ser el mensajero
me causa pena crecida.
 
Mas no cumpliréis tres años,
sin que yo, mi bien, te vea,
porque alivio se provea
al proceso de mis daños.
 
A Dios que mi pecho entiende,
le pide, pues ángel eres,
lo ordene como tú quieres
y tu padre lo pretende.
 
Dos veces al justo son
las que Febo ha declinado
hasta el Capricornio helado
desde el ardiente León,
 
después que, hijo querido,
puse tanta tierra en medio,
más por buscar tu remedio
que mi descanso cumplido.
 
Espérame, que ya voy,
do te veré y me verás,
puesto que conmigo estás
adonde quiera que estoy.
 
Mas al fin desta jornada
espero, sin falta alguna
a pesar de la fortuna,
que seremos camarada.
 
Prenderé tu blanca mano
con esta no blanca mía,
y hacerte he compañía
como si fueras anciano.
 
Y si algún camino luengo
te cansa o causa embarazos,
llevarte he sobre mis brazos
como en el alma te tengo.
 
Darte he besos verdaderos
y, transformándome en ti,
parecerán bien en mí
los ejercicios primeros:
 
trompos, cañas, morterillos
saltar, brincar y correr,
y jugar al esconder,
cazar avispas y grillos;
 
andar a la coxcojita
con diferencia de trotes
y tirar lisos virotes
con arco y cuerda de guita.
 
Chifle en hueso de albarcoque;
pelota blanca y liviana
y tirar por cerbatana
garbanzo, china y bodoque.
 
Hacer de la haba verde
capilludos frailecillos,
y de las guindas zarcillos,
joyas en que no se pierde.
 
Zampoñas del alcacel
y de cogollos de cañas
reclamos, que a las arañas
sacan a muerte cruel.
 
Romper una amapola,
hoja por hoja, en la frente,
y escuchar a quien nos cuente
Las consejas de Bartola.
 
Llamaremos, si tú quieres,
por excusarnos de nombres,
tíos a todos los hombres
y tías a las mujeres.
 
Columpio en que nos mezcamos,
colchones en que trepemos,
nueces para que juguemos,
y algunas que comamos.
 
Cuarto lucio en el zapato,
mendrugos en faltriquera
con otra cosa cualquiera
y sacar de rato en rato.
 
Tener en un agujero
alfileres y rodajas,
y asechar por las sonajas
cuando pasa el melcochero.
 
Y porque mejor me admitas
de tus gustos a la parte,
cien melcochas pienso darte
y avellanas infinitas.
 
Mazapanes y turrón,
dátiles y confitura,
y, entre alcorzada blancura,
el rosado canelón.
 
Mas cuando sufra tu edad
tratar de mayores cosas,
con palabras amorosas
te enseñaré la verdad,
 
no con rigor que te ofenda,
ni blandura que te dañe,
ni aspereza que te estrañe,
ni temor que te suspenda;
 
antes con sana doctrina
y término compasado,
conforme soy obligado
por ley humana y divina.
 
Mas pues la vida es incierta
y no sé, por ser mortal,
si al entrar tú por su umbral
saldré yo por la otra puerta,
 
esto que escribiere aquí
con paternal afición,
en los años de razón
traslada, mi hijo, en ti.
 
Verás la fe encarecida
con que pude y quise amarte,
y quisiera gobernarte
en las ondas de tu vida,
 
en cuyo corto viaje
hallarás tormentas largas,
mudanzas, disgustos, cargas,
y mal seguro pasaje.
 
Verás como nace el hombre
llorando, pobre y desnudo,
tan miserable y tan rudo
que aun no muestra solo el nombre.
 
Verás después las potencias
ir valiendo, y los sentidos
ser de ellas ennoblecidos
con avisos y experiencias.
 
Verás que cada animal,
conforme a su inclinación,
sigue la disposición,
de su instinto natural
 
y solo el hombre pervierte
sus justas obligaciones,
si no vence sus pasiones
como valeroso y fuerte.
 
Reloj es cierto y solar
el bruto, y así nos muestra
lo que otra causa le adiestra,
sin de ello un punto faltar.
 
El hombre es globo y esfera
y al de ruedas comparado,
que, estando bien concertado,
trae su cuenta verdadera.
 
Mas si prudencia no rige
de su curso el movimiento,
por una da hasta ciento
y el tiempo no le corrige.
 
Sabe, hijo, que si vas
por el derecho camino,
un espíritu divino,
un ángel parecerás.
 
Mas si tuerces la carrera
en esta vida mortal,
quedarás de racional
transformado en bestia fiera.
 
Tu secreto en cualquier cosa
comunícale contigo,
y no obligues a tu amigo
a carga tan peligrosa.
 
Si te es difícil cubrillo,
como muchas veces suele,
el otro, a quien menos duele,
¿qué hará sino decillo?
 
De la dudosa esperanza
nunca hagas certidumbre,
pues, por natural costumbre,
aun en lo cierto hay mudanza.
 
Deja siempre la porfía
primero que se comience;
porque sin duda la vence
el que de ella se desvía.
 
Afable comedimiento
alaben todos en ti,
porque resbalar de aquí
es de bajo entendimiento.
 
Y ya que no por igual
trates a los desiguales,
no les quites, sino dales
en su tanto a cada cual.
 
Lo que cierto no supieres,
no te hagas de ello autor:
callarlo es mucho mejor
mientras dudoso estuvieres;
 
que quien afirma lo incierto
es hombre de poco vaso,
y el decir verdad acaso
imita el mentir más cierto.
 
Aunque sustenta el honor
el haber que poseemos,
de los dos malos estremos
ser pródigo es el menor.
 
Es hacienda peligrosa
la que se gasta sin tiento;
mas la del triste avariento,
necesidad muy forzosa.
 
Al hombre que fuere así
que no le trates te digo,
porque mal será tu amigo
el enemigo de sí.
 
De los celosos casados
algunos vimos caer;
pero no vienen a ser
tantos como confiados.
 
Porque si la sujeción
(cuando es mucha) los despierta,
¿qué hará abrilles la puerta
de libertad y ocasión?
 
Tú, hijo, en este contrato
abraza el seguro medio;
que no es áspero remedio
el moderado recato.
 
Ten siempre puesta la mira
en tratar pura verdad,
porque es gran calamidad
el ser cogido en mentira.
 
Esto es fácil de inferir,
pues no hay razón que consienta
que sea el mentís afrenta,
y que no lo sea el mentir.
 
Y los que usan juramentos
por ser más acreditados,
ten los tú por defraudados
del blanco de sus intentos;
 
porque bien está entendido
que suele fabulizar
quien piensa que sin jurar
no merece ser creído.
 
También se jura por uso,
mas, comoquiera que sea,
deshonra y culpa acarrea
la licencia de este abuso.
 
No aflijas al afligido,
que, a las veces, el que ha errado
tiene enmienda consolado
mejor que reprehendido.
 
No fíes en los placeres,
porque pasan como viento,
y, cuando estés descontento,
disimula si pudieres;
 
porque el mal comunicado,
aunque dicen que es menor,
no arguye tanto valor
como el secreto y callado.
 
Ten mancilla al invidioso
que se aflige sin provecho,
alimentando en su pecho
el áspid mas ponzoñoso.
 
Es la envidia testimonio
que denota vil flaqueza,
es malicia y es simpleza;
es desdicha y es demonio.
 
Holgar con el bien ajeno
es ser partícipe dél,
piedra de toque fïel
en que se conoce el bueno.
 
Las blancas sienes que son
lustre, corona y riqueza,
si el seso tiene pobreza,
lastiman el corazón.
 
Porque a la florida edad,
en vicios desenfrenada,
sucede vejez pesada
con torpe simplicidad.
 
Y así, pasando los años
con su curso acelerado,
crece el martirio pesado
y huyen los desengaños.
 
Las horas y su medida
debes, hijo, conocer
y echar en ellas de ver
la brevedad de la vida.
 
Son números compasados,
leguas de la senda humana,
descripción fácil y llana
de los esféricos grados.
 
Son métrica distinción
de los cuadrantes del día,
de cuya acorde armonía
trastes y compases son.
 
Son del tiempo y su vejez
la más corriente moneda;
joyas de rica almoneda;
sellos del número diez.
 
Son del sol alternamente,
centinelas voladoras;
discretas compartidoras
de los tratos de la gente.
 
Son alivio del tormento,
son esperanzas del bien,
y un alfabeto por quien
discurre el entendimiento.
 
Son macizos eslabones
que abrazan los elementos;
conductos y ligamentos
de las anales sazones.
 
Son principio desde cuando
el primero comenzó;
tiempo que se anticipó
a todos los de su bando.
 
Porque el minuto y momento
y los átomos instables
no fueron considerables
hasta llegar á su aumento,
 
así como no es persona
un miembro, ni una facción
ni la unidad, con razón,
por número se pregona.
 
Así que las horas fueron
términos fundamentales
de tiempos inmemoriales
que en siglos se convirtieron,
 
y serán al fin postrero
remate de la jornada,
cuando vuelva el primer nada
y cierren ellas el cero.
 
Las horas son para orar,
y el que ignora es un orate,
como el que espera combate
sin armas para lidiar,
 
y son, mi hijo querido,
para consideración
de que las cosas que son
pasarán cual las que han sido.
 
Obra con peso y medida
y cogerás con decoro
de las horas aquel oro
que enriquece más la vida;
 
y contino se te acuerde
de que el tiempo bien gastado,
aunque parezca pasado,
no se pasa ni se pierde.
 
Pásase y piérdese aquél
que los hombres gastan mal,
y es desdicha sin igual
que se pierden ellos y él.
 
Todo el tiempo que vivimos
hacia el morir caminamos,
rodeando, si velamos,
y atajando, si dormimos.
 
Del que te burló primera,
guárdate la vez segunda;
mas si en efecto segunda,
vélate bien la tercera.
 
Y piensa que el trato vil
redunda en tu menosprecio:
que si eres tres veces necio,
lo serás trescientas mil.
 
Nunca digas mala nueva,
y, si descanso codicias,
no le arriendes las albricias
al correo que las lleva.
 
Esto, hijo, no se entiende
cuando puede el desengaño
evitar un nuevo daño
que del primero depende.
 
Mas vale un tardar prudente,
aunque causa pena esquiva,
que la priesa intempestiva
si el caso no la consiente.
 
Que mejor es con trabajo
esperar lo deseado,
que perder lo trabajado
por codicia de un atajo.
 
No quiero decirte mas,
que lo divino y humano
es un fácil canto llano
si razón lleva el compás.
 
Si el colegio de Talía
te diere furor divino,
sigue el honesto camino
y nunca dél te desvía.
 
Sean por ti celebrados
los generosos motivos;
no los amores lascivos,
ni gustos desenfrenados.
 
Los insignes caballeros
que murieron en la guerra,
no sátiros en la tierra,
ni en el mar ninfas en cueros.
 
Las obras dignas de fama
cantarás en grave estilo,
no las riberas del Nilo
ni mudanzas de una dama.
 
Oye misa cada día
y serás de Dios oído;
témele y serás temido
como un rey decir solía.
 
Ama su bondad y en Él
amarás sus creaturas,
y serán tus obras puras
en este mundo y aquél.
 
Téngate Dios de su mano,
y, para que el bien te cuadre,
sirve a tu hermosa madre,
ama a Juan, tu dulce hermano
y no me olvides. Tu Padre.
 
 
Inclusa.
 
La vida es largo morir
y el morir, fin de la muerte;
procura morir de suerte
que comiences a vivir.

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