Cuando emigran las aves en bandadas
suelen algunas, al llegar la noche,
detenerse en las costas ignoradas
y agruparse de paso a descansar.
Entonces dan los ánades un grito,
que repiten los ecos, y parece
que hay un Dios que responde en lo infinito
llamando al hijo errante de la mar.
Tal es un alma enferma y afligida
cuando vienen las penas; se recogen
los últimos esfuerzos de la vida,
las últimas memorias del amor.
Y en medio de sus duros desengaños
se sienta el hombre a reposar a solas,
le da un adiós a los primeros años
y cuenta a los que pasan su dolor.
¡Ay los primeros años! ¡Ay aquellos
tiempos de gloria y de aventuras locas,
en que eran de azabache los cabellos
y gemelas la dicha y la ilusión!
¡Oh dulce juventud! ¡Si Dios quisiera
vestir de nueva pompa el árbol mustio
y hacer resucitar la primavera,
y otra vez calentar el corazón!
Mas ¿de qué me valdrá la savia ardiente
de la edad del placer si, al marchitarse
las verbenas en flor sobre su frente,
transformose la virgen en mujer?
Todo puede tornar, que todavía
latente el fuego entre cenizas queda,
sólo la fe que en tu pasión tenía
no puede nunca al corazón volver.