José Zorrilla

A un torreón

Gigante sombrío, baldón de Castilla,
Castillo sin torres, ni almenas, ni puente,
Por cuyos salones, en vez de tu gente,
Reptiles arrastran su piel amarilla,
Dime: ¿qué se hicieron tus nobles señores,
Tus ricos tapices de sedas y flores;
Tu gente de guerra, tus cien trovadores
Que alzaron ufanos triunfante canción?
Tú estás en el valle cadáver podrido,
Guerrero humillado que el tiempo ha rendido,
Tu historia y tu nombra yaciendo en olvido;
El mundo no sabe que existe Muñón.
Tus pardas rüinas me son de tormento;
Con negros recuerdos corroen mi alma...
¡Tú estás en mi mente, maldecida palma,
Quemada del rayo, batida del viento!
Yo, errante poeta proscrito en el mundo,
Tal vez en el polvo de féretro inmundo,
Sin nombre, sin gloria, para siempre hundo
Mi frente, abrasada de inútil sudor,
¡Por ti, resto infame, fantasma de duelo,
Morada maldita de un ángel del cielo
Que amé y me robaron!... ¡Maldito tu suelo,
Maldito tu nombre..., maldito mi amor!
 
Quédate, sí, en esa altura
A la vergüenza del llano,
Castillo sin castellano,
Matrona sin hermosura.
De ti el tiempo se rió,
Tus torres se derribaron,
Tus vasallos te ultrajaron,
Tu señor te abandonó.
Quédate, negro esqueleto,
De fértil vega mancilla,
A esa ermita de Castilla
Sin sacerdote, sujeto.
Sin pendones que ondear,
Sin blasones a la entrada,
Tu bóveda agujereada
No has podido sustentar.
Sin un eco en los salones,
Sin un soldado en el muro,
Hoy crece el arbusto impuro
Al pie de tus torreones.
Señor muerto en tierra ajena,
Olvidado de tu gente,
A pedazos, de tu frente
Roba el viento tu melena.
Y pasa a tus pies el hombre
Sin buscarte en su memoria,
Porque no leyó tu historia
Ni se acuerda de tu nombre.
 
Tú tienes uno, que en aciago día
En tu gastada piedra escribí yo,
Y el nombre de otro y la vergüenza mía
Con la tuya quedó.
Cuando mi labio le nombró, mentía;
Cuando mi mano le grabó, mintió;
Hoy... ya no existe; en su carrera impía
El tiempo le arrastró
 
Y ese nombre celestial
Que el tiempo devoró al fin,
Una mujer, por mi mal,
Le arrebató a un serafín;
El huracán de la vida
Sólo dejó ¡oh mi querida!
Para mi eterno tormento,
En prenda de maldición,
Tu nombre en mi pensamiento,
Tu amor en mi corazón.

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