Bajo los puros muertos, a veces, brotan flores,
blancas y dolorosas, que levemente gimen,
porque crecer es duro, porque crecer es triste,
cuando un cuerpo sin vida en las espaldas pesa.
Entonces, –escuchad– un pájaro detiene
el vuelo de sus alas y se apaga, se apaga,
mientras el hombre muerto, sin saberlo, transcurre
arriba, más arriba, sobre la tierra, solo.
Si en un mundo vacío crecieron estas flores,
qué vivamente irían al aire, a la alegría,
pero esta muerte mata su breve primavera,
como un gusano dulce, pisado y amarillo.
¿Y qué? Todo es lo mismo: crecer o derrumbarse,
tener sobre la carne una nube o la muerte,
doblarse ciegamente, doblarse como un río,
con estas blancas flores, leves y detenidas.