José Jacinto Milanés

La bella doctora

En noche lloviznosa
me place, Micaela
discreta como hermosa,
verte junto a la vela
leer con voz sonora
casta y pura novela.
Tu voz encantadora
hace vivo y palpable
cuanto el libro atesora;
y en magia inexplicable
tú o el autor se ignora
quién luzca más amable.
 
Y mientras la ventana
forma, al cruzar la brisa,
un son de queja vana;
y trémula, indecisa,
la luz juega y ondea
dentro la guardabrisa,
en corro te rodea
tu familia amorosa,
y en descubrir se emplea
con atención ansiosa
el fin que se clarea,
de la novela hermosa.
 
Yo, que a dicha consigo
en reunión tan bella
el título de amigo,
y siento en mí la huella
de tu expresión potente,
gozándome con ella
contemplo alegremente
que sobre tu cabello,
tus labios y tu frente
derrama su destello
la vela, y juntamente
el claroscuro bello.
 
Y si el dolor te doma,
oh!, cómo a tu mejilla
la lágrima se asoma!
Y si en acción sencilla
va a empujarla tu dedo,
más al borrarse brilla,
¡oh! hermosa! No hayas miedo
que descomponga el llanto
que se resbala quedo,
tu faz, toda de encanto;
que así llamarte puedo
un ángel puro y santo.
 
Angel de faz risueña,
como el pintor lo busca
y el trovador lo sueña.
Nada en tu rostro ofusca:
todo es contorno hermoso,
y nada en forma brusca.
Oh! dale algún reposo
al corazón que halaga
tu acento poderoso,
porque mi mente vaga
lo juzga el son meloso
de una invisible maga.
 
Si en triste peripecia
el libro al fin termina,
(que el siglo las aprecia)
y tu expresión divina
pinta el ¡ay! con que muere
la cándida heroina,
tanto su voz nos hiere,
que en interior destrozo
no hay faz que no se altere;
y es, ¡oh artístico gozo!
por más que hablarte quiere,
cada labio un sollozo.
 
Vanse en tanto las horas
y combatiendo el techo
las gotas crujidoras,
parece el son deshecho
de la brisa estrellada
que gime con despecho,
la lánguida tonada
de mística elegía
con gritos salpicada,
que en tu loor envía
la garganta sagrada
de la noche sombría!
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