José Ángel Valente

Siete cantigas del más allá

I

Amarillea amargo el tiempo
y no hay tiempo
para más desdecir la muerte.
 
Marinero que llevas
la barca del pasar,
el pájaro en la jarcia
dice aún su cantar.
 
Lo escucho más allá del tiempo.
 

II

Anhelo.
 
El verbo crea el movimiento
de la luz en el fondo
de las amargas aguas.
 
Mañana,
no poses todavía
tus pájaros dorados
sobre mi pecho herido.
 

III

Escucha, madre, he vuelto.
 
                           Estoy en el atrio
donde aquel día el gran cuerpo
de mi abuelo quedó.
Aún oigo el llanto.
 
Volví. Nunca había partido.
 
Alejarme tan sólo fue el modo
de quedar para siempre.
 

IV

El verbo.
 
Recomponer el mundo
para ir añadiendo
sobre una muerte otra
hasta alcanzar el tiempo
que se va por el ojo
de la luz del puente.
 
Banderas sumergidas.
                                         Noche
y soledad.
                                 Palpita el verbo.
 

V

Cerqué, cercaste,
cercamos tu cuerpo, el mío, el tuyo,
como si fueran sólo un solo cuerpo.
Lo cercamos en la noche.
 
alzose al alba la voz
del hombre que rezaba.
 
Tierra ajena y más nuestra, allende, en lo lejano.
 
Oí la voz.
                Bajé sobre tu cuerpo.
Se abrió, almendra.
                                Bajé a lo alto
de ti, subí a lo hondo.
 
Oí la voz en el nacer
del sol, en el acercamiento
y en la inseparación, en el eje
del día y de la noche,
de ti y de mí.
                       Quedé, fui tú.
                                               Y tú quedaste
como eres tú, para siempre
encendida.
 
 

VI

 
Fomos ficando sós
o Mar o barco e mais nós.
               Manoel Atonio.
 
Despiértate en la tarde.
 
                                                 Fuimos
un modesto fenómeno de antaño.
 
Ahora se echa el viento, hermano.
 
No sé si fuimos.
                              Pues así
quedamos olvidados
de nosotros, vacíos ya
enteramente de nosotros
y sea éste al fin para nosotros
el solo tiempo de la verdad.
 

VII

Palidecen los sueños,
cae la noche en la noche.
Ya no hay luz que no sea
la blancura de tus senos.
 
Aíslame en el hálito.
 
Que pueda oír aún,
como Alexander Blok,
el chillido de las galaxias
cuando brille en el cielo la encendida cola
del cometa Halley y cuando todas
las señales del fin
hayan sido juntadas.
                                     Vamos
hacia la tarde, amor, del siglo
sin saber si aún habrá
ventura saecula
o si el rostro del enigma no será
nuestro rostro en el espejo
y si todas las palabras
no se habrán,
sin saberlo nosotros, por sí mismas cumplido.
Preferido o celebrado por...
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