No envidiéis mi alegría,
mi salud ni mi canto;
no envidiéis lo que sueño,
ni envidiéis lo que digo.
Todo eso vale poco,
por más que cueste tanto...
Pero, eso sí:
envidiadme la amistad
de este amigo.
Envidiadme la gloria
de esta firme confianza
cuyo sentir profundo
ni en bien ni en mal se altera,
porque yo siento mío
lo que su mano alcanza,
y en él es permanente
mi dicha pasajera.
Envidiadme este amigo
que me mira de frente,
pues ni lo acerca el triunfo
ni lo aleja el fracaso,
y él madura en espiga
lo que en mí fue simiente,
y yo duermo en su lecho
pero él bebe en mi vaso.
No importa si estoy solo,
pues siempre está conmigo,
y mis propias arrugas
lo van haciendo viejo...
Ah, sí, envidiadme todos
la amistad de este amigo
que refleja mi espejo.