La Calaca me pidió
que le escribiera un poema,
y le dije: –Cómo no,
nada más me pone el tema.
—Claro es urgente, deveras:
lo que pasa es que hay un Gran
Concurso de Calaveras
allá en la FES Acatlán,
y hay un premio en efectivo
que de verdad me interesa:
mi trabajo es exhaustivo
y me agobia la pobreza.
Mi guadaña está amellada,
ya me hacen falta unos lentes,
a mi coca una afeitada
y un buen cepillo de dientes.
En el talón tengo un callo
y mis pompas están planas,
y tengo patas de gallo
y padezco de almorranas.
—Basta de tantas desdichas:
¿Y para mí cual provecho?
—Del premio vamos a michas…
—Así cambia, trato hecho.
—¿Y qué le pongo en sus versos?
—Trate usted de convencer
con argumentos diversos
que yo gane, no hay que ser…
—No se hable más, pero amiga,
si usted recubre sus huesos
y con carne los abriga
no será más que uno de esos
cuerpos que hay en las esquinas
en los puestos de revistas
o tal vez en las cantinas
en posiciones muy vistas.
Usted es arte exquisito,
es tradición, es cultura,
es una fiesta, es un rito,
es un símbolo de altura.
Es usted por quien ensaya
el versificador novato
y el vate de fina talla:
Lo sublime y lo barato.
Pero si quiere lucirse,
debe vestirse de hada
y un sombrero ha de ceñirse
como la pintó Posada.
Usted ya lo tiene todo
y no le hace falta nada,
con la gloria codo a codo
en una eterna alborada…
—Tiene usted razón,—me dijo,
en una voz no muy alta,-
yo no sé por qué me fijo
en lo que no me hace falta.
…Y me quedaba un recurso
del que no dije ni pío,
y es que si gano el concurso
todo el premio será mío.