Después de acomodarse todos los huesos flojos,
he venido a llamarte con un nombre sincero:
se han abierto mis dedos, se han cerrado mis ojos
y he gritado en la noche: ¡Compañera, te quiero!.
Te quiero porque tienes todas las cosas vivas
que yo necesitaba para ser verdadero:
las caricias profundas como alas vengativas
y el amor que se clava como clavo certero.
Te quiero cuando estás lavando mis camisas,
cuando tocas mis negros cabellos rencorosos,
cuando pasas tus cortas manecitas sumisas
por mis labios abiertos y mis dedos ansiosos.
Mi vida no está entera sin tu pelo esponjado
y tus pupilas rectas de animal transparente.
Me hace falta tu mano como un pan bienamado
y tu mejilla tibia y tu piedad caliente.
Me hace falta tu falda olorosa a resina
de amor y de trabajo en todos los ricones,
tu palidez de alma cuando el mundo calcina
y tus pechos abiertos como dos almohadones.