Hombres sin tierra. Niños sin cuchara.
PABLO NERUDA
Ahora que la fe en el hombre ha desaparecido de los intelectuales,
Y el pesimismo enceguece el pensamiento, las artes, la literatura,
Ahora que el mundo por fin tambalea,
Precisamente en este momento tenemos hambre.
En la antigua China las leyes de la moral se dictaban después de las cosechas,
A causa de que el soberano no quería ser soberano de nada,
Y pensaba que más valía ser soberano de un pueblo fuerte,
Que ser el triste y pobre soberano de un pueblo arruinado, amenazado por ávidos enemigos.
Si hombres ambiciosos se adueñan de las tierras, son responsables por los que mueran a causa de la falta del grano.
Ellos dicen: –No somos responsables porque no existe Dios, y si existiera estaría de nuestra parte, o al menos no le permitiríamos estar de parte de ustedes.
Pero son responsables ante la humanidad y ante la historia de la humanidad, son responsables ante el polvo de la Tierra, ¡nada menos!. Ante su poquito de polvo, ante sí mismos son responsables, polvo que recibe la condena de su propia alma, polvo despavorido hasta que la combustión de los astros purifique lo inmundo en el Universo purificador.
Y el tiempo gira como agua que pasa una esponja sobre la Tierra astral para brillarla y pulirla y mantenerla habitable, palacio para los hijos de Dios, siempre perdonados, siempre acudidos, los hermosos hijos de Dios que se comportan mal como todo hijo de rey entre sus privilegios, y el Gran Padre condesciende, pero reserva para el final su mano inapelable.
En la paz el sufrimiento. Resultado de un predominio.
Muchos de los nuestros prolongan edades prehistóricas.
No somos contemporáneos de nuestros contemporáneos.
Y desde los centros del poder mundial, calculadas y sutilísimas manipulaciones nos empujan a su arbitrio.
Envilecen nuestros precios, roban nuestro trabajo, y permanecemos en la pobreza.
Construimos nuestras viviendas en los lechos secos de los ríos y cuando regresan las aguas desaparecemos en las aguas.
Nuestras casas construimos al borde de los precipicios, en las faldas de las montañas, sobre cordilleras de piedra las construimos,
Y el viento y el huracán nos arrojan a los abismos con nuestras bestias queridas, nuestras compañeras.
Al borde de los caminos construimos nuestras casas, las construimos en las orillas de los ríos y después flotamos en las grandes crecientes de invierno con nuestras gallinas y chanchitos.
Sobre cualquier pedacito sobrante de tierra construimos nuestro albergue, en lo más alto y árido lo construimos y en lo más bajo y lacustre.
Poco vestido tenemos, poca comida tenemos: con un calzón, con una saya; con un pescadito y una cebolla; y el agua de coco que es misericordiosa porque sirve también para los enfermos y los heridos.
En el mar los gigantescos portaaviones acorazados y los submarinos nucleares ocultos entre los peces.
Juanito pescó un submarino nuclear, una noche que estaba pescando y se dejaba venir la tormenta.
Se asustó muchísimo y dejó que se fuera, porque los submarinos son como el pez eléctrico, que no se come.
El niño desnudo que buscaba la cabra encontró una granada explosiva que no se le había perdido a él,
Y es sobre nuestra condición que se elevan los augustos himnos del progreso.
El mar y el cielo contra nosotros, artefactos disimulados entre las estrellas nos espían, y no conocemos más abundancia que la de nuestros corazones.
La noticia del día es que la gente humana padece hambre, diez mil años después de haber sido inventada la agricultura.
Como en Hiroshima, como en Vietnam, como en España, como en tantos otros santos lugares,
Nuestras casas a la deriva sobre la espuma del fuego.
Cinco aviones disparando a razón de 18.000 proyectiles por minuto, equivalen a 90.000 proyectiles contra nosotros por minuto, y esta es nuestra primera lección de aritmética,
Pero lo peor es que nosotros mismos somos obligados a pagar los aviones y los proyectiles y por eso es que tenemos hambre.
Preguntan si esto es poesía de la buena, o de la mala, y el poeta dice que es de la mala,
De la que dijo Blake que nadie cree que la poesía pueda causar daño alguno,
De la que dijo Juvenal que la indignación es la inspiración del poeta: “Facit indignatio versus”.