Ser o no ser poeta
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Hoy he sacado una carta que me ha mostrado la espinita original.
En este instante de calma le escribo a la nada de un pasado mortal.
Y es que, damos gracias porque estamos aquí y menos mal.
Entre aullido y silencios fuimos sembrando un inmenso mar.
Ahí conviven mis miedos, los de ella, los de él pero van a flotar.
Con la ligereza que pasa la vida, a un ritmo de acordeón de sal.
Así perviven mis sueños aún vigorosos y llenos de infinito vibrar.
Vivo en una constante búsqueda de las preguntas adecuadas.
En una selva de respuestas por coleccionar en acuarelas.
Pinto un lienzo cada día con frases y mis poemas,
esas criaturas que me nacen de alegrías y penas.
Y en esta escalada mansa y difícil que es encontrarme,
escribo para trascender, para enarbolar el real arte
de ser la dueña de mi propia voz, la cuerda vocal madre
sin tapujos y sin amargos reproches a lo que pudo ser.
Recojo mis lluvias de otoños pasados, las atesoro en un museo
donde los transeúntes no ven, pues se fue la piel de sus huesos
y son fantasmas que no pueden tocarme, no saben atarme los sesos,
los quemo y el fuego sentencia la ceniza de esos besos.
Hoy reinvento mi propia lírica, la bendigo por ser libre de mentiras,
por estar llena de amapolas, de alegría y de intensidad onírica
que me recuerda que la utopía de ser codo a codo está más que viva.
Me sumerjo en las aguas termales de esta realidad sin ecuación matemática.
Ahí emana la resiliencia, que brillante, aguarda la esperanza relativa
de saberse latiendo y sintiendo sin ir a la deriva.
Quizás eso sea ser poeta.
Dejar de ir sin rumbo en la tierra.
Iveth Encalada
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