José María Heredia

Contra los impíos

Si Dios no existe, o si de mi se olvida,
Y tan sólo al alzar debo la vida
Para pasar el mundo,
Cual nube tempestuosa el Océano
A merced de los vientos,
Bien podéis disolveros, elementos,
Que en mí formasteis con acuerdo vano
Turbado pulso y visionaria mente.
Vuestra beldad perezca, dulces flores,
Emblemas ¡ay! de mi funesta suerte:
Vuestras lámparas bellas
En el cielo apagad, puras estrellas,
Si habéis de iluminar mi eterna muerte.
Virtud, de los tiranos enemiga,
Y del hombre de bien sublime amiga,
Eres vana ilusión, y yo te abjuro,
Si el alma que tú elevas,
Y al bien y gloria llevas,
Se hunde y perece en el sepulcro oscuro.
 
¡Doctrina pavorosa!
¿Para lograr tan triste resultado
Analizó la ciencia laboriosa
La tierra y mar, y audaz se ha levantado
Hasta el etéreo cielo,
Que ha recorrido con triunfante vuelo,
Para traernos en horrible fallo
La desesperación?—¡Sofistas duros,
Jamás amasteis...! Vuestra sien corone
Con seca rama el árbol de la muerte.
El sanguinoso lauro que insolente
La torpe adulación ciñe al tirano,
No es tan injusto y vil como el que insano
Del incrédulo audaz orna la frente.
 
¡Oh mundo mistenoso,
Que no ilumina el sol, ni el tiempo mide!
La fe sobre tu abismo pavoroso
Divina luz despide;
Y en sus alas ardientes conducida
El alma del cristiano,
Al salir de la tierra lagrimosa,
Al seno del Criador vuela dichosa.
 
Así el fiero cometa,
Del empíreo gigante,
Precipita tu carro de diamante
De planeta en planeta,
Y atrevido se lanza
Donde ni el pensamiento ya le alcanza.
Mas en algún lugar su curso expira;
Y con mayor violencia
Al sol de que partió volviendo gira.

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