Es de noche y el terror de la inteligencia
diciendo que es posible, infinitamente posible,
que no salga el sol, que no haya mañana.
Sin embargo, el día me desmiente y paso a ser
otro ser esperanzado en ver objetos como cofres
donde la belleza es algo como un río
donde mis recuerdos pasan y salpican
y de pronto un árbol y una silla
me recuerdan el olor de la savia verdadera
esa que vive y que muere desde la tierra
hasta mi brutal nariz
y nace en mi recuerdo y perdura
en otro comienzo y se hace puerta,
cama,
poema y otro árbol
incluso más grande, verde, con fría sombra y oníricamente castaño;
como si yo, árbol entre árbol,
carne y sangre que ven mis ojos al cerrar sus párpados,
presintiera, fuera ya de pensar desesperanzadoramente,
el fin
al que irracionalmente rechazar
por algo que es imposible tan imposible como el sol en esta noche.