Con aquel poco espíritu cansado
que queda al que el vivir le va dejando,
en brazos de Amarílida llorando
Vandalio, de salud desconfiado:
«No me duele el morir desesperado
—dijo—, pues con mi mal se va acabando,
mas duéleme que parto y no sé cuándo.
Señora, ¿habrás dolor de mi cuidado?»
La ninfa que con lágrimas el pecho
del mísero pastor todo bañaba:
«Sin premio no será tu amor», decía.
Mas él, puesto en el paso más estrecho,
mucho más que el morir, pena le daba
no poder ya gozar del bien que oía.