Toco a la puerta de un romance.
—¿No anda por aquí Federico?
Un papagayo me contesta:
—Ha salido.
Toco a una puerta de cristal.
—¿No anda por aquí Federico?
Viene una mano y me señala:
—Está en el río.
Toco a la puerta de un gitano.
—¿No anda por aquí Federico?
Nadie responde, no habla nadie...
—¡Federico! ¡Federico!
La casa oscura, vacía;
Negro musgo en las paredes;
Brocal de pozo sin cubo,
Jardín de lagartos verdes.
Sobre la tierra mullida
Caracoles que se mueven,
Y el rojo viento de julio
Entre las ruinas, meciéndose.
¡Federico!
¿Dónde el gitano se muere?
¿Dónde sus ojos se enfrían?
¡Dónde estará, que no viene!
(Una canción)
“Salió el domingo, de noche,
Salió el domingo, y no vuelve.
Llevaba en la mano un lirio,
Llevaba en los ojos fiebre;
El lirio se tornó sangre,
La sangre tornóse muerte”.
(Momento en García Lorca)
Soñaba Federico en nardo y cera,
Y aceituna y clavel y luna fría.
Federico, Granada y Primavera.
En afilada soledad dormía,
Al pie de sus ambiguos limoneros,
Echado musical junto a la vía.
Alta la noche, ardiente de luceros,
Arrastraba su cola transparente
Por todos los caminos carreteros.
“¡Federico!”, gritaron de repente,
Con las manos inmóviles, atadas,
Gitanos que pasaban lentamente.
¡Qué voz la de sus venas desangradas!
¡Qué ardor el de sus cuerpos ateridos!
¡Qué suaves sus pisadas, sus pisadas!
Iban verdes, recién anochecidos;
En el duro camino invertebrado
Caminaban descalzos los sentidos.
Alzóse Federico, en luz bañado.
Federico, Granada y Primavera.
Y con luna y clavel y nardo y cera,
Los siguió por el monte perfumado.