Gonzalo Rojas Pizarro

Oriana

1. Ahora ahí los ojos, los dos ojos de Oriana
esquiza y órfica, la nariz
de hembra hembra, la boca:
os —oris en la lengua madre de cuya vulva genitiva vino el nombre
de Oriana, las orejas
sigilosas que oyeron y callaron los enigmas, el ángulo
facial, el pelo
bellamente tomado hacia atrás, sin olvidar sus manos
fuertes y arteriales de remera de lujo en la carretera y esa gracia
cartaginesa, finamente veneciana, cortando pericoloso el oleaje
contra el infortunio torrencial, ahora
y en la hora de mi muerte Oriana
 
2. ahí, traslúcida, con además
sus cuarenta y nueve que me son
flexiblemente diecinueve por lo fenomenal
del espinazo y qué me importan las estrellas
si no hay más estrella que Oriana, ahora allí
con su decoro y esa sua eleganza, por decirlo en italiano, adentro
de la turbulencia del mosquerío que será siempre la ordinariez, llámese
casamiento o cuento de burdel, con chancro y todo, y rencor,
y pestilencia seca del rencor,
 
3. (¡cólera, a callar!), y otra cosa menos abyecta: ni soy
Heathcliff feo como soy ni ella Catherine
Earnshaw pero el espejo
es el espejo y Cumbres Borrascosas sigue siendo el único
éxtasis: o vivir
muerto de amor o marcharse del planeta. De ahí
que todo sea Oriana: el Tiempo
que apenas dura tres segundos sea Oriana, la luna
sobre la nieve sea Oriana, Dios
mismo que me oye sea Oriana,
 
4. sólo que hoy no está. A veces
está pero no está, no ha venido, no ha
llamado por el teléfono, no anda
por aquí, estará fumando qué sé yo uno de esos 50
cigarrillos en los que le gusta arder, total
le gusta arder y qué más da, se nace para podrirse, o
para preferiblemente quemarse, ella se quema
y la amo en su humo de Concepción a Chillán de Chile, ¡los pavorosos cien kilómetros
cuchilleramente cortantes!, me
atengo entonces a su figura que no hay, y es un viernes
por ejemplo de algún agosto
que no hay y la constelación de los violines
de Brahms puede más que la lluvia, y el caso
es que el mismísimo Pound la hubiera adorado, por
loca la hubiera idolatrado a esta Oriana
de Orión en un sollozo
seco de hombre la hubiera cuando no hay
Rapallo, la
hubiera cuando no hay, y
sigue la lluvia, y las
espinas, y
además está sucio este compáct, no suena,
porque el zumbido mismo no suena, o
suena al revés, o
porque casi todo es otra cosa y
el pordiosero soy yo, y qué voy a hacer
con tanto libro, con
tanta casa hueca sin ella y esta música
que no suena.
                       Llamará
el día de mi muerte llamará.
 

II

 
Piedad entonces por la sutura de su vientre: a usted
la conocí bíblicamente allá por marzo
del 98 en la ventolera de algún film
de antes, ciego y
torrencial a lo Joan Crawford, las cejas
en el arco, cierta versión eléctrica de los ojos, el camouflage
del no sé, el hechizo
esquizo, el sollozo
de una mujer llamada usted
que aún, pasados los meses, se parece a usted en cuanto a aullido
secreto que pide hombre
conforme a las dos figuraciones
que es y será siempre usted, mi hembra hembra, mi
Agua Grande a la que los clínicos libertinos
llaman con liviandad Melancolía, como si el tajo
de alto abajo no fuera lo más sagrado
de ese láser incurable que es el amor
con aroma de laúd, y no le importe que las rosas
bajo el estrago del verano le anden diciendo por ahí fea y
Arruga, ríase, huélalas desde su altivez, métase
con descaro en lo más adúltero
de mis sábanas como está escrito y conste que fue usted
la que saltó por asalto el volcán, y no lo niegue, ándele airosa
entonces pero sin llorar, equa mía, la
Poesía no le sirve, Lebu mata, mi
posesa flaca de anca, mi
esdrújula bellísima de 50 kilos, vuélele, no
se me emperre en ese inglés metalúrgico
de corral, todo
entre nosotros no pasó de mísera
ráfaga telefónica que alguna vez llamamos eternidad:
usted misma fue esa ráfaga. Lacán el rey
se lo diría igual: ándele, vuélele paloma
casi en mexicano, no
le transe a la depre, báñese
en alquimia espontánea, tire
la fármaca a la basura, eso engorda, déjese
de drogas, de analistas, de
concupiscencia nicotínica, y si está loca
vuélvase más loca, baile
en pelotas como la muerte, apréndale a la Tierra
que baila así, ¡y eso que el sol le exige traslación! Bueno
y, para cerrar, si su juego es irse váyase
a otro seso menos diabólico, elija:
culebra, por ejemplo, ¿no le da para culebra? Eva
comió culebra como usted dos veces: ahí ve
cómo va la Especie desde entonces, cómo
se arrastra pendenciera pidiéndole perdón a las estrellas por
haber parido peste, ¡puro border—line
y miedo, y rosas, dos
rosas venenosas!, ¿no cree usted? ¿quién
tiene la culpa
si nunca hubo culpa? Preferiblemente
cuélguese alámbrica
a todo lo larga y lo preciosa de vértebras que es usted
baile ahí pendular en el vacío unos diez
minutos, a ver qué pasa
con el estirón, para crecimiento
y escarmiento:
 
 
 

III

 
A otro con mujer umbilical así: tranca
del no sé, fulgor y nicotina hasta las pestañas, humo
y humo, a otro
que transe, yo no transo
ni voy a canjear ante los dioses encanto por llanto.
Patética pide cosmética. Vacío
exige hombremente vacío.
 
A elegir, madame: o el frenesí
y el éxtasis del amour
fou que es el único amor
que habrá habido sobre la tierra, o
la raja seca de la higuera
maldita.
 
Ay, lo culébrico
de la situación, no es que la vulva
misma sea culebra, ni el hueso
de la esbeltez sea culebra, lo culebrón
hasta el desgarrón es el argumento
de la obra: una madre—hermosura, dos
infanto—fijaciones amarradas a la hermosura
de la madre, más
los respectivos escondrijos, un
psiquiatra confidente, un
abismo, siempre hay un abismo,
y yo, ¿qué hago yo
que no soy Freud en ese abismo?
Preferido o celebrado por...
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