El agua, entre los álamos,
Pinta la hora, no el paisaje;
Su rostro desleído entre las manos
Copia un aroma, un eco...
(Colgaron al revés
Ese cromo borroso de la charca,
Con su noche celeste tan caída
Y sus álamos hacia abajo,
Y yo mismo, la cabeza en el agua
Y el pie en la nube negra de la orilla.)
Llega —¿de dónde?—el tren;
Corazón —¿de quién?—alargado,
Oscuro y próspero, la vía
Nos lo plantea = algo
Más allá del alcance de los ojos.
Terremoto: llorando demasiado
Los sauces salen al camino
Como mujeres aterrorizadas.
Incendio: la luna, viento frío,
Arrastra el humo de las sombras
Hasta detrás del horizonte.
En el bosque, con tantos mármoles,
No queda sitio ya para las ninfas:
Sólo Eco, tan menudita,
Tan invisible y tan cercana.
Sólo una memoria sin nexo:
“Cuéntalas bien
Que las once son”.
Luego el castigo de la encrucijada
Por el afán de haber querido
Saber a dónde llevan todos los caminos:
1, al pueblo; 100, a la ciudad; 1000, al cielo;
Todos de ti y ninguno a ti,
A tu centro impreciso, alma,
Eje de mi abanico de miradas,
Surtidor exaltado de caminos.