En esta hora, amarga como un sorbo de mares,
Tú sosténme, Señor.
¡Todo se me ha llenado de sombras el camino
y el grito de pavor!
Amor iba en el viento como abeja de fuego,
y en las aguas ardía.
Me socarró la boca, me acibaró la trova,
y me aventó los días.
Tú viste que dormía al margen del sendero,
la frente de paz llena;
Tú viste que vinieron a tocar los cristales
de mi fuente serena.
Sabes cómo la triste temía abrir el párpado
a la visión terrible;
¡y sabes de qué modo maravilloso hacíase
el prodigio indecible!
Ahora que llego, huérfana, tu zona por señales
confusas rastreando,
Tú no esquives el rostro, Tú no apagues la lámpara,
¡Tú no sigas callando!
Tú no cierres la tienda, que crece la fatiga
y aumenta la amargura;
y es invierno, y hay nieve, y la noche se puebla
de muecas de locura.
¡Mira! De cuántos ojos veía abiertos sobre
mis sendas tempraneras,
sólo los tuyos quedan. Pero se van llenando,
de un cuajo de neveras...