Gabriela Mistral

Recados: Recado a Lolita Arriaga, en México

Lolita Arriaga, de vejez divina,
Luisa Michel sin humo y barricada,
maestra parecida a pan y aceite
que no saben su nombre y su hermosura,
pero que son los «gozos de la Tierra»,
 
Maestra en tiempo rojo de vikingos,
así ambulante entre vivacs y rayos,
cargando la pollada de niños en la falda
y sorteando las líneas de fuego con las liebres.
 
Panadera en aldea sin pan, que tomó Villa,
porque no le lloraran los chiquitos, y en otra
aldea del azoro, partera a medianoche,
lavando al desnudito entre los silabarios.
 
O escapando en la noche del saqueo
y el pueblo ardiendo, vuelta salamandra,
con el recién nacido colgado de los dientes
y en el pecho terciadas las mujeres.
 
Providencia y perdón de tus violentos,
cuyas torvas azota Huitzilopochtli, el negro,
«porque todos son buenos, alanceados del diablo
que anda a zancadas a medianoche haciendo locos»...
 
Comadre de las cuatro preñadas estaciones,
que sabes mes de mangos, de mamey y de yucas,
mañas de raros árboles, trucos de injertos vírgenes;
floreal y frutal con la Cibeles madre.
 
Contadora de «casos» de iguanas y tortugas,
de bosques duros alanceados de faisanes,
de ponientes partidos por cuernos de venados
y del árbol que suda el sudor de la muerte.
 
Vestida de tus fábulas como el jaguar de rosas,
cortándolas de ti por darlas a los otros
y tejiéndome a mí el ovillo del sueño
con tu viejo relato innumerable.
 
Bondad abrahámica de Lola Arriaga,
maestra del Señor enseñando en Anáhuac,
sustento de milagro que me dura en los huesos
y que afirma mis piernas en las siete caídas.
 
Encuentro tuyo en la tierra de México,
conversación feliz en el patio con hierba,
casa desahogada como tu corazón,
y escuela tuya y mía que es nuestro largo abrazo.
 
Madre mía sin sueño, velándome dormida
del Odio que llegaba hasta la puerta
como el tigrillo, se hallaba tus ojos,
y se alejaba con carrera rota...
 
Los cuentos que en la Sierra a darme no alcanzaste
me los llevas a un ángulo del cielo,
¡En un rincón sin volteadura de alas,
dos atónitas viejas, las dos diciendo a México
con unos ojos tiernos como las tiernas aguas
y con la eternidad del bocado de oro
sobre la lengua sin polvo del mundo!
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