La noche de nuestra Patria
de estrellas acribillada
en cedazo a lo divino
está colando las almas.
Hierve así del esplendor
como una Escritura Santa.
¿Por qué será que dormimos
cuando ella dice palabras
que el Día se desconoce
y que sólo de ella bajan?
Tanto fervor tiene el cielo,
tanto ama, tanto regala,
que a veces yo quiero más
la noche que las mañanas.
—¿Qué dices, qué, mama mía,
que no quieres la mañana?
—¿Es que sabéis nuestros nombres
mas que se los sabe el alma?
¿Qué miráis y qué veis, para
palpitar como azoradas?
O es que sólo nos decía:
Olvidad vuestra jornada
para que olvidada se alce
la memoria trascordada.
Arde, palpita, conversa
la Madre Noche estrellada,
anula faenas, cuidos,
y borra ruta y jornada.
Era mentira que el Día
canta, cuenta, y sabe y ama.
Es la Noche la nodriza
que sabe, que vela y canta,
la clara y profunda noche
de las manos alargadas.
Nos habla el tapiz de fuego
con urgidoras palabras.
Parece como que cantan,
de nuestro amor embriagadas.
Ay, perdimos en un tiempo
que la memoria nos guarda
por culpa que no sabemos
la lengua en que nos habla.
Las estrellas siguen dando
en densa leche dorada
sus pulsaciones ardientes
su exigencia apasionada.
Juntad las señas dispersas
y que bajen en palabras.
Arded más por ayudarnos.
Ya casi sois llamaradas.
Ya parece que cantáis
una estrofa única y alta.
—No deis más, que somos sólo
un niño, un cervato y este
atribulado fantasma.
—Mama, no sigas hablando,
me pones susto en el sueño.