No cantes; siempre queda
a tu lengua apegado
un canto: el que debió ser entregado.
No beses: siempre queda,
por maldición extraña,
el beso al que no alcanzan las entrañas.
Reza, reza que es dulce; pero sabe
que no acierta a decir tu lengua avara
el sólo Padre Nuestro que salvara.
Y no llames la muerte por clemente,
pues en las carnes de blancura inmensa,
un jirón vino quedará que siente
la piedra que te ahoga,
el gusano voraz que te destrenza.