Amanece el día y no estas, miro alrededor y siguen sumando las ausencias, los motivos no alcanzan para detener las lagrimas que hoy en la almohada donde antes dormías se impregnan.
Respiro y el sollozo se asoma entre el suspiro que la soledad arroga en esta habitación, me encuentro tan fría y sola que ni el aire que entra por el balcón me puede abrazar.
Una tristeza impresionante aprieta mi pecho, jamás había sentido esto, mi cuerpo tiembla, duele y las lagrimas vuelven a ser parte del paisaje, pero al menos sé que será temporal este sentimiento.
Momentáneo o no, me instauraste ese dogma el cual vivíamos día a día, motivabas razones para construir un muro, alto y frio, con palabras que me repetías constantemente para recordarme donde estábamos parados.
Jugabas conmigo siendo el seductor y el enemigo, me embalabas con palabras bonitas, notas arbitrarias, momentos fugaces que yo guardaba en el corazón.
Muro, que entorpecía la vista, comunicación, y sentimientos, poco a poco se te escapaban palabras que no me hacían sentido, y con los ladrillos que caían del mismo, construí mi escalera.
Poco a poco iba subiendo a un lugar, en una altura donde no sabía dónde iba a parar, para cuando llegue al final de la escalera, otra realidad había y tus mentiras cobraban vida.
Sin poderme mover, del otro lado del muro notaron la intromisión, no tuve que decir nada, estaba claro, todo ahora tenía sentido.
Me hice chiquita y me dejé caer, todas las respuestas de vuelta eran las mismas, una realidad alterna que no entendía, tu nombre en el con flores había. ¡Y todo termino aquel día!