Gabriel Celaya

Deseada

Deseada, ¡tan suave!,
confín donde resbalo.
¡Oh siempre un poco ausente,
suspendida en la nada!
 
¿Son tus ojos dulces?
No, que está turbado
tu mirar brillante
de anhelos contrarios.
 
Yo te amo, te amo, te amo,
todo lleno de alas tempestuosas,
y de garras, de furias,
de dolor, por abrirme.
 
¡Oh, tenme en tu sonrisa,
en tu sombra, en lo leve
de tu mano impalpable!
¡Tenme en tu caricia!
 
¿A qué llamas cambiando?
¿Qué me pides furtiva?
¡Oh tú, siempre ignorada,
tú siempre antigua y nueva!
 
Ven más cerca. No temas.
Tu mano tibia tiembla,
tu cintura se atreve
con sobresaltos, mía. ¡Mía, deseada!
 
Y aún sonríes con ojos
inocentes y raros.
¡Oh, dime! ¿Qué sugieren
tus ojos arcaicos?
 
Cabelleras, torrentes,
músicas perdidas,
corazón: esa ave
que, cogida, tiembla.
 
Y tú, esquiva, flotando
desnuda, lenta y suave.
Tú, chiquita, huida
en un cielo sin nadie.
 
¡Oh dime, deseada,
cómo hay que abrazarte
mientras tu boca expira
en la mía, sin habla!
 
Di si tu remota
belleza en tu cuerpo
puedo yo apresarla.
Puedo así matarte.
 
Deseada, ya basta.
Deseada, no puedo.
Deseada, tú quieres
que yo muera contigo.
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