1
Pasarán gaviotas veloces, altas gaviotas,
sobre casas de cristal, terrazas de cristal,
donde muchachas blancas
tocan los pianos de cristal.
Pasará una brisa de algas y mar
por el pinar de cristal,
por las grandes avenidas,
por las calles,
por las plazas
de la ciudad de cristal.
Pasará una brisa leve
mientras las blancas muchachas
mueven sus brazos en alto y a compás.
Pasarán nubes lentas y blancas
por el cielo de cristal,
sobre mares de cristal,
cuando muchachas blancas entornando los ojos
hagan con su silencio la hora de cristal.
Por el aire transparente,
por mis ojos transparentes,
pasarán las lentas nubes del silencio,
las gaviotas del gozo,
la brisa,
lo eterno.
Y habrá blancas muchachas. en el aire y en mis ojos.
y habrá un gozo sin sentido,
y un olor de inmensidad,
y frente al mar infinito
habrá terrazas, pinares,
una ciudad de cristal.
2
Tus gritos y mis gritos en el alba.
Nuestros blancos caballos corriendo
con un polvo de luz sobre la playa.
Tus labios y mis labios de salitre.
Nuestras rubias cabezas desmayadas.
Tus ojos y mis ojos,
tus manos y mis manos.
Nuestros cuerpos
escurridizos de algas.
¡Oh amor, amor!
Playas del alba.
3
Brazos en cruz, yo soy de la brisa.
A través de mi alma transparente,
¡pájaros en un rapto de delicia!
¡Oh aires, en fuga!
Aire que debate entre mis brazos
frías mujeres desnudas.
En el cielo grande y amplio se presiente
un lento descenso de ángeles leves.
Raptos hacia primavera
en los caballos del viento.
Amplio beso de los aires.
¡Más brazos! ¡Más! ¡Más!
¡Más brazos para abrazarte,
locura desmelenada de los aires!
4
Desnudo en la brisa
Cuerpos desnudos para el aire desnudo.
Para el cielo claro y duro,
mis dos gritos de oro agudo.
Para la brisa delgada
alcohol puro de pájaros y altura–,
la embriaguez del salto y la carrera
o la suelta melena de la fuga.
Luz vertical se alza el aire
desde mi cuerpo desnudo
hacia el gozo de las altas claridades.
Cima
¡Oh ángel, ángel en ciernes!
(Aire que adelgaza el éter.)
¡Oh ángel, oculto en el vuelo,
tu presencia es el silencio!
Recto hacia altura va todo el espacio,
toda la brisa,
toda mi alegría.
¡Plumas! ¡Plumas blancas!
¡Plumas que caen tranquilas!
¡Angel! ¡Sólo el aire!
La inmensidad que se abre:
sentirse vasto y alto,
sentirse por fin ángel,
ángel,
sólo ángel.
6
Lo puro es desmayarse en delicias sin nombre,
cantar como una espuma de músicas vagas.
¡Oh amor que se va en cisnes líricos y blancos!
La brisa suspirando
pasa como una suave palidez desmayada.
Entre murmullo y sonrisa temblaba lo indeciso,
se movía entre música y palabra.
¡Delicia del instante fugitivo y sin cuerpo!
¡Dulcísima tristeza recordarlo flotando!
¡Oh amor, vuelo perdido!
Agua blanca cantando en los cauces más hondos;
dulcísima tristeza, pureza del desmayo,
amor, rubia delicia, brisa o música vaga.
7
Salpicada de espuma, de salitre,
desnuda, desde el mar,
viene gritando:
¡La vida, sí, la vida misma!
¡Un delirio por los prados!
Desde mi ventana blanca,
con los brazos extendidos,
la estoy llamando con voces
de un ardor desmelenado.
Salpicada de espuma, de salitre,
desnuda, por los campos,
va gritando:
¡La vida, sí, la vida misma!
Pálido y alto, callado,
la miro pasar llorando.
8
El alba pasa gritando
júbilos por mi ventana.
Sobre mi mesa de níquel y cristal esmerilado,
mis dos cuartillas intactas, frío rectángulo blanco.
La brisa pasa muy cerca
tocándome casi los labios.
¿Qué pondré en estas cuartillas?
¿Qué sonidos
darán voz a esta delicia?
La brisa mueve sus alas,
se lleva leve,
volando, .
mis dos cuartillas en blanco.
¡Pájaros! ¡Pájaros!
La brisa alarga sus brazos
para tocarme el cabello.
Como una música brotan
las palabras del silencio.
9
Tarde malva y oro
bajo el cielo blanco.
Por el pinar
se ha ido cantando.
¡Qué soledad!
¡Oh, qué altura
sobre el ancho campo!
Por el pinar
vuela un pájaro.
Tarde,
tarde eterna,
tarde de mayo.
Por el pinar
vuelve llorando.
10
Sí, yo lo sé: los lirios
son el milagro de un alba inmaculada.
Y el caballo, la forma
de una brisa dormida.
El cielo es una música quieta.
El mar absorto,
plano,
de tan callado, piensa.
Por la orilla de lo eterno,
con los brazos extendidos,
voy suspirando, llorando,
aún no sé por qué motivo.
11
¡Vamos a gozar como un caballo blanco
entre espumas y olor a salitre!
¡Vamos a gozar del agua fría,
de la brisa blanca,
del mar,
de la vida!
¡Vamos a gozar de la luz y del aire
como un árbol quieto
en la plena tarde.
¡Vamos a gozar
como una planta que yace pasiva,
sin deseos, callada,
en una plenitud tranquila y total de su ser!
12
Meditación
Si es verdad que existo y que me llamo Rafael;
si es verdad que estoy aquí
y que esto es una mesa;
si es verdad que soy algo más que una piedra oscura
entre ortigas,
algo más que una áspera piedra en el fondo de un
pozo.
Si verdaderamente es real esta extraña claridad vio
leta de la tarde,
si esos grises y malvas son casas y nubes;
si verdaderamente no es un sonámbulo ese hombre
que pasa por la calle;
si es real este silencio que sube y baja entre el
misterio y la vida;
si es verdad que existo y que me llamo Rafael,
y que soy algo más que una planta de carne;
si verdaderamente las cosas existen,
y yo también existo,
y mi pensamiento existe;
si verdaderamente esta dulce tarde con olor a mag
nolias es algo real;
si es también real este temblor de infinito que
siento latir dentro de mí;
si verdaderamente me llamo Rafael y existo y
pienso;
si verdaderamente el mundo vive en una atmósfera
densa de pensamientos desconocidos y eternos;
si verdaderamente es así,
¡oh, gracias, gracias por todo!
13
La luna es una ausencia
de cuerpos en la nieve;
el mar, la afirmación
de lo total presente.
¡Adiós, pájaros altos,
instantes que no vuelven!
¡Cuánto amor en la tarde
que se me va y se pierde!
El mar de puro ser
se está quedando inerte.
¡Ser mar! ¡Ser sólo mar!
Lo quieto en lo presente.
Y no luna sin sangre,
blanco abstracto hacia muerte,
máscara del silencio,
teoría de nieve.
¡Ser mar! ¡Ser sólo mar!
¡Mar total en presente!
14
Mi cuerpo o masa se afirma
en voluntad de ser tierra,
sólo tierra firme y quieta,
mientras palomas, deseos,
los pájaros, se me escapan
hacia alturas imposibles del silencio.
Río de música, mira
la delicia de este instante
que se escapa como brisa
o suspiro hacia lo eterno;
mira este instante muriendo
por no morir con el tiempo.
Mira la tarde resuelta
en su más puro silencio:
mar y altura, y esta huida
de los pájaros al cielo,
mientras mí cuerpo se queda,
masa ciega, masa o tierra,
masa total, sin deseos.
15
Mientras la virgen duerme y el toro muge;
mientras la brisa blanca y azul, lo que sonríe,
huye entre ventanales y mapas de colores;
mientras los niños alegres y feroces
muerden con dientes crueles agrios limones;
mientras el alba despliega sus banderas
y, entre disparos, se escapan los caballos,
el poeta se asoma a las barandas,
dice cosas sin sentido, llora, grita:
«¡Amor! ¡Amor! ¡Brisa de amor!»
El toro que muge,
la virgen que duerme,
el niño que muerde un limón.
16
Plástica del toro
Muerto,
entre banderas,
bajo una luna inmensa,
tú, toro de tierra.
Bajo el árbol eléctrico del silencio,
manchado de sangre negra
de espuma de plata,
de arena,
tú, toro de tierra.
Toro plástico:
masa grande y muerta,
masa lustrosa, oscura,
con un pegajoso y frío
sudor de luna.
Mientras las tres nubes blancas
de tus últimos resuellos
suben altas,
se hacen tenues,
se evaporan como música en el cielo,
en la tierra, tú:
toro muerto.
II
17
Tarde de lluvia
¡Qué tristeza de interiores en penumbra
de tardes lentas
de álamos y lluvia!
¡Qué tristeza de pianos en sombra,
de párpados cargados de silencio,
de estancias grandes
donde sólo se ven manos que se mueven como
plantas espectrales!
¡Qué tristeza de cabezas soñolientas
asomándose detrás de los visillos!
¡Qué tristeza de lluvia!
¡Qué tristeza!
18
Interior
¡Oh estancias en sombra!
Se empañan de luna, de frío y silencio,
los claros cristales de las altas copas.
Por el fondo del piano,
hecho de agua en penumbra,
pasan lentos peces blancos
entre líquenes colgantes,
entre largas algas mustias
y los catorce reflejos
de catorce lunas turbias.
¡Oh estancias en sombra!
¡Oh espejos que conservan en sus aguas
la luz de plata antigua,
de las tardes olvidadas!
¡Oh estatuas de bronce que miran el silencio
con sus párpados lentos,
con sus ojos ciegos!
¡Oh estancias en sombra!
¡Oh piano, submarino
con húmedos musgos que fosforecen
tetraedros perfectos de cristal de, luna,
y un mecanismo de resortes que se tensa
como una trampa preparada a la muerte!
¡Oh estancias en sombra!
En las copas delgadas de cristal sensitivo
tintinea la luna con su plata y su frío.
19
Venus
En la alcoba sombría,
entre fríos basaltos,
el vientre monumental y luminoso
de una estatua de mármol.
La lluvia adormecía los secretos
y pulsaba tensas cuerdas
en el arpa del silencio,
mientras un ángel, envuelto
en un nimbo deslumbrante de misterio,
acariciaba con un gesto indiferente
los senos de las diosas.
A los pies de una Venus
caían estranguladas las palomas.
El amor desnudo y frío
dormía sobre los filos enlunados
de diez brillantes cuchillos.
20
Noche de lunas eléctricas
en las ciudades de asfalto.
Tras los balcones
figuras extáticas, rígidas,
con los ojos en blanco.
Mujeres asesinadas en las esquinas,
rodeadas de alambres eléctricos,
muertas,
descoyuntadas.
Y había ojos tras los cristales
mirando fijos hacia la noche desorbitada
había...
¡Qué terrores!
En las ciudades vacías
sonaban agudos timbres eléctricos de alarma.
21
Sonámbulo
Como un buzo sumergido
en la profundidad submarina del misterio,
avanzaba el sonámbulo,
lentísimo como el miedo,
por el fondo de su. sueño.
Recorría calles de mármol,
inmensas plazas solitarias,
soportales y andenes
de las grandes ciudades deshabitadas
Sólo comprendía
los timbres que suenan precipitadamente,
las voces tartamudas y electrocutadas
de los teléfonos que comunican con la muerte.
Astronomía del sueño
eran sus movimientos.
La eternidad le envolvía:
¡música del silencio!
22
Museo
En las salas sombrías
musgo y terciopelo
de los fríos Museos abandonados,
las antiguas estatuas
ya no eran de mármol;
eran, sí, luna, hielo,
témpanos flotantes
del silencio muerto.
Los sonámbulos pasaban
por las salas del Museo
y miraban las estatuas,
mensajeras detenidas
en el umbral del misterio.
Hasta que al fin sus dos manos,
trémulas de amor lascivo,
se apoyaban temblorosas
sobre aquellos cuerpos fríos.
Mientras la luna crecía
en sus ojos, como un grito.
¡Oh magnolias en sombra!
¡Oh noche del Museo!
¡Oh luna! ¡Oh misterio!
En el aire se paraban
las mil alas del silencio.
23
Las estatuas de mármol no están quietas
¡yo os lo digo!;
se mueven
con el paso de los siglos.
En bajar sus párpados pesados
tardan más de mil años;
más de mil cuatrocientos
en abrir una mano.
Aun cuando nuestros ojos no puedan verlo,
cambian de postura,
levantan los brazos,
se mueven ¡yo os lo digo!,
lentamente se mueven,
caminan como buzos por el fondo del silencio.
Las estatuas se mueven ¡yo os lo digo!,
se mueven
por el fondo de la muerte.
24
Ángeles verdes,
ángeles sabios,
paseaban serenos por los prados
con una flor de plata en la boca
y un compás en la mano.
Angeles del aire verde,
ángeles eléctricos,
ángeles de cristal y de acero,
ángeles.
Con sus dedos metálicos y delgados
entreabrían los párpados
de las estatuas
y les miraban absortos y en silencio
aquellos ojos ciegos,
inertes,
vueltos al blanco misterio de lo eterno.
25
Frente al mar inmóvil,
dos cabezas de mármol
salpicadas de espuma,
de gaviotas,
de algas
húmedas y amargas.
Frente al mar inmóvil,
dos cabezas de mármol:
geómetras impasibles,
sonámbulos,
que velan el sueño de lo eterno
bajo sus párpados fríos,
enigmáticos,
cerrados.
¡Párpados entornados!
La eternidad del mar enfrente.
Y las cabezas de mármol
golpeadas por las olas y las brisas impacientes.
26
Un olor violeta dulcemente muere
en un frío aroma de nieve con éter.
Se presiente a esos ángeles leves,
ángeles absortos de color de luna,
que no saben pronunciar más que la ele.
Sobre las camas vacías y grandes,
camas de un blanco tirante y frío,
pasan rápidos, rozando
con sus pies de cuchillo.
En mis ojos de un azul transparente,
azul de una clara inocencia celeste,
se reflejan los signos de un álgebra de nieve.
¡Misterio! ¡Misterio!
Los ángeles extienden sobre mi cabeza
trémulas espadas blancas de silencio.
27
La eternidad sólo era
música de silencios
y armonía de esferas.
Los ángeles,
inocentes y crueles,
pulsaban los resortes eléctricos
del amor y la muerte.
Sus manos de cristal flotaban
en las aguas de las arpas,
Y sus ojos sin mirada
se perdían en los cielos incoloros.
Los ángeles
jugaban al ajedrez imperturbables,
movían cartones y compases,
tablas de logaritmos
magias,
teorías,
claves.
Y envueltos en el nimbo celeste
de estas matemáticas ingenuas y tristes,
pronunciaban palabras sin sentido
con una voz solemne.
III
28
Onda del silencio
Entre la vida y el sueño
sube y baja el silencio.
Sube con la tarde, pura
de penúltimas nostalgias amarillas;
baja con la noche, lenta
de alas y muertos de espuma.
Entre la vida y el sueño
sube y baja el silencio.
Sube con el dedo quieto
sobre sus labios morados;
baja lento a sus abismos
con los ojos entornados.
Sube y anuncia:
¿qué anuncia?
Baja y me dice:
¿qué dice?
Entre la vida y el sueño
sube y baja el silencio.
Sube y me trae peces muertos
desde sus profundidades;
baja con un olor frío
de astro deshabitado.
Sube y pone en la luna .
largas algas amarillas;
baja y pone en mi sueño
rostros pálidos y quietos.
Entre la vida y el sueño
sube y baja el silencio;
sube y baja y es la densa
respiración de la angustia.
29
Locura de la Luna
La ha vuelto loca el silencio
y la obsesión de sí misma;
loca, el sentirse tan sola
en el medio de esa noche
que es una obsesión redonda.
Recorre las grandes salas
de cristal que hay en el cielo;
huye por los corredores
que le abren los espejos;
busca cuchillos que abran
entre sus carnes de hielo
veinte heridas, veinte labios
calientes de sangre y besos.
30
¡Aquí están todas las rosas encarnadas del deseo!
Allí la luna, callada,
blanca y estéril, mirando,
espejo vuelto a si mismo,
su perfección de Narciso:
soledad en aguas blancas
de lo blanco quieto y frío.
Dura o sin sangre, tranquila,
se está mirando a sí misma,
mientras rosas encarnadas,
pulpa y amor, carne viva,
bajo una brisa caliente
se desmayan de delicia.
Con los ojos en la luna,
bajo los pies, rosas rojas,
estoy esperando, quieto,
que tú, que yo mismo venga
sigiloso por la espalda,
con la sorpresa de un beso
blanco y verde de silencio;
que tú, que yo mismo venga
con un beso
muerto de puro perfecto.
31
La luna.
¡Qué espejo ciego
vuelto siempre hacia sí mismo!
La luna redonda y pura
desnudándose en las aguas del silencio.
Me quedo pálido y alto,
y mi música se mueve con la música del cielo.
Me quedo blanco, callado,
contemplándome en las aguas
quietas de mi pensamiento.
Esto me basta: saber
que si veo cruzar peces
por el fondo de la luna transparente,
serán tan sólo el reflejo
de aquellos que pasan lentos
por el fondo de mis ojos de oro y hielo.
32
Son hombres de sexo verde,
de pálida sangre amarga,
con las manos elegantes, perfumadas
de violeta y de éter.
Pájaros entran y salen
por sus ojos sin mirada;
no hablan, tan sólo dicen
fórmulas abstractas.
Bajo una luna de álgebra
permanecen impasibles
y juegan a carambolas
como quien celebra un rito
con los tacos niquelados
y las tres bolas de vidrio.
33
Mientras tu pensamiento se llena de cisnes
indolentes y blandos,
yo te enseño mis ojos
de azul frío y claro.
Mientras entornas párpados cansados
y te desperezas de amor y abandono,
yo toco tus hombros,
tus pechos de mármol,
te enseño mi risa de dientes
agudos y blancos.
34
Acebos y Luna
Acebos y luna:
silencio.
Sobre terrazas de mármol,
cuatro mujeres desnudas.
Acebos y luna:
pasar
nuestros dedos sensitivos
sobre las hojas frías
de los cuchillos.
Acebos y luna:
beber
en una copa delgada
un alcohol de menta pura.
Acebos y luna:
sentir
entre los párpados quietos
cien agujas de cristales.
Acebos y luna:
silencio
de la carne desnuda.
35
La noche era un silencio
en equilibrio matemático de esferas.
En la luna había
guitarras verdes de hielo,
balaustradas y terrazas,
escalinatas,
estatuas
bajo árboles blancos de escarcha.
En la luna había
sonámbulos inmóviles
con los ojos en blanco,
lacerados,
ciegos;
sonámbulos que velan
la luna y su misterio.
Algas largas y sueltas,
medusas fosforescentes,
cabelleras de luna flotaban
sobre los pálidos y yertos mares verdes.
La luna olía a química,
a éter,
a muerte.
36
La noche peina pausada
sus trenzas largas y verdes;
huyen por las plazas soledad cuadrada–
mujeres de plata con ojos de nieve.
Los gritos de la luna resuenan en los pozos;
en las alcobas hondas, donde los hombres tiemblan,
se agrietan los espejos, tensos de silencio.
Lentamente, la noche
vuelve la cabeza.
Las estatuas entreabren los ojos
cubiertos de granos de sal dura y gruesa;
mármoles de luz se desploman sordos
en los valles blancos de la luna helada;
bajo el cielo negro de pez y de plomo
huyen cien caballos con sudor de plata.
37
La noche gira morada
entre inmóviles espadas de plata;
la noche suavísima, lenta,
desliz sobre los cuerpos desnudos y blancos
de las vírgenes de mármol.
La noche gira en el vértice
culminante de mi asombro;
la noche como un temblor
de arpas bajo aguas de oro.
La oigo hablar y no sabría
repetir lo que me dice;
la música del silencio
canta mis mismos secretos.
38
La noche, viene desnuda:
senos de luna,
guantes morados.
Con los brazos en alto
ya la estoy esperando.
¡Qué cerca de mi oído
enmudecen sus labios!
¡Amor, amor!
La muerte
me está besando.
39
El árbol blanquísimo de los escalofríos
se movía en la noche estremecido.
(En el fondo de tus ojos
temblaba un árbol de oro.)
Trazos fríos de luna
cortan quietas aguas.
(En tu pulso tiemblan vivos
peces de sangre y de plata.)
Brazos en cruz, ¿quién mira
con ojos redondos hacia el alba?
He aquí el mar,
el mar que calla.
40
Hombro de mármol, se acercaba el alba.
Frente a playas vacías el mar se estremece.
¡El mar, el mar,
voz oscura de siempre!
Llega la tarde de árboles quietos.
Mar: espejo del silencio,
mar inerte.
¡El mar, el mar,
voz oscura de siempre!
Viene la noche de pechos morados.
No sé qué se siente.
¡El mar, el mar,
voz oscura de siempre!
IV
41
Es la hora de las raíces y los perros amarillos.
El hombre se pone como una máscara su silencio;
se le llenan los ojos de yedra.
Es la hora de las raíces y los perros amarillos;
la hora en que blanquísimos caballos
pasan como escalofríos por el fondo de la niebla.
Oigo como una ausencia que el misterio está muy
cerca,
oigo como una música
que la noche vuelve la cabeza.
Es la hora de las raíces y los perros amarillos;
en su sala de cristal,
la luna flora con la cabeza entre las manos.
El hombre se pone como una máscara su silencio;
sueña en el fondo del agua.
Es la hora del escalofrío en los cuerpos desnudos,
la hora en que se llora el, misterio que viene y que
no viene;
la luna es el dolor de esa ausencia
ante los crueles y apretados dientes blancos de los
hombres.
Es la hora de las raíces y los perros amarillos,
de las raíces transparentes en el fondo de las aguas,
de los perros locos huyendo
por salas grandes y blancas.
Es la hora del misterio que viene y que no viene,
la hora en que la noche huye del mar desnuda,
la hora en que de cada estatua se escapan todos los
pájaros,
la hora de los párpados de plata,
la hora en que la luna murmura como un silencio:
nada.
42
En el fondo de la noche tiemblan las aguas de plata.
La luna es un grito muerto en los ojos delirantes.
Con su nimbo de silencio
pasan los sonámbulos de cabeza de cristal,
pasan como quien suspira,
pasan entre los hielos transparentes y verdes.
Es el momento de las rosas encarnadas y los puña
les de acero
sobre los cuerpos blanquísimos del frío.
En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio;
los hombres gritan tan alto que sólo se oye a la luna.
Es el momento en que los niños se desmayan sobre
los pianos,
el momento de las estatuas en el fondo transparente
de las aguas,
el momento en que por fin todo parece posible.
En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio.
Decidme lo que habéis visto los que estabais con la
cabeza vuelta.
La quietud de esta hora es un silencio que escucha,
el silencio es el sigilo de la muerte que se acerca.
Decidme lo que habéis visto.
En el fondo de la noche
hay un escalofrío de cuerpos ateridos.
43
La brisa pasa como una música por el fondo de la
tarde.
Yo soy un árbol de cristal bajo las aguas transpa
rentes,
la mano del misterio que se mueve en el silencio.
Yo soy lo que se ignora:
el estremecimiento de luz que precede a la aparición
de las espadas;
yo soy eso, sólo eso;
yo espero lo que esperan
esos cinco hombres mudos, tristes, sentados, en un
salón de terciopelo morado.
Al atardecer suenan clarines de oro.
Un león de llamas huye por el fondo del bosque;
la virgen de ojos verdes se cubre el rostro con las
manos.
Es mi momento, el último momento:
cuando la luz rompe los cristales nada más tocarlos
con la yema de los dedos;
cuando huye el pájaro vivo encerrado en las blancas
clausuras de lo abstracto;
cuando uno de los hombres del salón morado dice
a los otros:
«Ya no puede tardar.»
Es el último momento.
Me deslizo al filo de un silencio que casi es la muerte.
La virgen de ojos verdes me muestra la más peligro
sa de sus sonrisas.
Es el último momento.
Estalla el oro morado del crepúsculo;
las raíces de la carne me duelen;
siento como un temblor que me hago transparente.
Es el último momento:
la muerte pasa muy cerca murmurando sus secretos;
es entonces
cuando las estatuas son el sueño del silencio
y los pianos
huelen como un niño muerto entre los lirios.
Es el último momento,
cuando da miedo volver la cabeza,
cuando parece que lo comprendemos todo y, sin
embargo, no sabemos nada;
cuando uno de los hombres del salón morado, quie
to ante el balcón,
mira hacia el espejo con los ojos en blanco.
44
La luna pasa como un escalofrío entre las estatuas
de mármol,
les habla al oído de la muerte,
las acaricia con sus manos de goma perfumada de
éter,
mientras la noche se derrumba por dentro de sí
misma.
Dos estatuas que se miran frente a frente tensan el
silencio,
tienden los hilos invisibles de la trampa;
si un hombre se para entre ellas está perdido:
entra en un silencio del que ya no se sale,
un silencio dulcísimo, la muerte;
eso tensan dos estatuas que se miran frente a frente.
Narciso ha avanzado demasiado por dentro de sí
mismo.
¿Qué ha visto en lo más hondo de su propio vacío?
Su amor es la voluptuosa languidez de la nada;
su amor es eso, la muerte,
lo que cantan tristemente las estatuas en la noche
desmayada.
45
La luna es una loca que pasa
por las largas galerías de cristal de su palacio;
lleva en una mano una espada de plata
y apretado entre los dientes un limón ácido y frío.
La luna decapita cisnes blandos y niños.
¿No oís en la noche su blanquísima espada
segar rápida y suave los quietos silencios?
La luna es una loca
que, sentada ante el mar, canta
mientras peina su larga cabellera
de luz fría y delgada.
La luna es...
¡silencio!, ¡silencio!
la luna y una espada.
46
La luna piensa la ausencia
de lo que yo estoy buscando.
Las aguas claras, absortas,
sueñan el cuerpo de una virgen desnuda
tranquilamente dormida en el fondo transparente;
la luna piensa un silencio
mientras los hombres la miran con ojos de pez
muerto,
mientras mi pensamiento sueña la eternidad del ser.
Camino así perdido por una gran nada blanca.
Mis gritos en la nieve se hacen árboles de cristal,
mientras la muerte canta dulcemente, muy lejos,
en lo hondo,
o mueve ante los ojos dilatados del espanto
sus siete espadas trémulas de luces.
La muerte es una virgen desnuda
bañándose en los verdes estanques de la luna;
la muerte es el vacío que me envuelve
cuando recorro un paisaje de nieve;
la muerte es el silencio.
¿No lo veis a esa hora en que el mar es un toro
dormido en la última playa?
47
El espejo me refleja, me vuelve hacia mí mismo.
Lentamente me hundo en mis pálidos abismos.
Me veo reflejado, ya, desde muy lejos,
perdido en esa blanca catedral del silencio
donde la luna es la virgen desnuda y muerta que yo
adoro.
La noche tiende sus trampas invisibles:
el que se asoma a un espejo está cogido,
le sorprenden los misterios imprevistos,
se pierde en un laberinto de cristales y espejos
giratorios.
En el fondo del silencio la muerte es un río lento;
yo lo miro pasar de la luna al azogue;
mientras alguien apoya sus dedos helados sobre las
yemas de mis dedos,
no sé qué me mueve a sonreír tristemente.
Alguien me lleva de la mano por el borde de los
precipicios;
un amor, un delirio, el vértigo me llama;
el espanto es el más dulce de los escalofríos
cuando crece súbitamente como un árbol en el fondo
de la carne.
Me miro fijamente en el espejo:
la noche me ha cogido en sus trampas sutiles.
Me siento cada vez más hondo:
la muerte se inclina sobre mí para besarme.
Me dan miedo esos ojos, mis dos ojos sin nubes
que desde el espejo me miran implacables
mientras baten espadas de luz
en sus aguas heladas y azules.
48
Vivir como un ángel sufre
volviendo contra la vida nuestro sueño;
lo real es una herida de luz que nos duele;
quisiéramos ser ciegos, ignorarla.
Yo soy un grito vuelto hacia dentro,
y hacia dentro me estoy muriendo de fiebre;
para que me veáis sólo dejo
una estatua helada de música y cristal.
Deliciosa mentira, la muerte es mi reposo,
el final de una lucha sin sentido.
«Toca la piedra, huele el laurel,
besa las aguas, mira los pinares.»
«Sí, pero dulcísimo no sé qué se desliza,
niega suspirando esa triste evidencia.»
Residencia de Estudiantes, 19321934.
FIN DE
«MAREA DEL SILENCIO»