Fran Gonzalez

Padre, Umbral

No dices nada,
y aun así, el tiempo te habla en los huesos.
Llevas tu historia escrita en surcos,
en grietas finas como venas de piedra.
Cada arruga en tu frente
es un camino que anduviste solo.
Cada silencio tuyo
es un peso que nadie más carga.
 
Has sido el hombre que nunca preguntó
si podía descansar.
El que levantó casa,
hijos,
raíces,
con las manos heridas de tanto apretar el mundo.
Y cuando al fin el horizonte abría los brazos,
cuando la vida alzaba su copa
para brindar por tu merecido descanso,
vino el invierno.
El invierno de su cuerpo,
de su mente nublada,
y otra vez la guerra,
pero esta vez sin trincheras.
 
Te quedaste,
como siempre,
sin rastro de queja,
sin pedirle al destino
más de lo que nunca estuvo dispuesto a dar.
Y ahora sigues,
de pie en la frontera de los años,
mirando sin miedo
ese umbral que todos temen,
como si al otro lado también hubiera
un campo que arar,
una deuda que saldar,
un amor al que cuidar.
 
No te diré lo que sabes.
No haré preguntas que nos queden grandes.
Solo quiero que sepas
que te veo.
Que cuando tú crees que el mundo ya no te escucha,
aún resuenas en mi pecho
como una voz que nunca se apaga.

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