Félix María de Samaniego

La moda

Fábula

Después de haber corrido
 
cierto danzante mono
 
por cantones y plazas,
 
de ciudad en ciudad, el mundo todo,
 
logró, dice la historia,
 
aunque no cuenta el cómo,
 
volverse libremente
 
a los campos del África orgulloso.
 
Los monos al viajero
 
reciben con más gozo
 
que a Pedro el Czar los Rusos,
 
que los griegos a Ulises generoso.
 
De leyes, de costumbres
 
ni él habló ni algún otro
 
le preguntó palabra;
 
pero de trajes y de modas todos.
 
En cierta jerigonza,
 
con extranjero tono
 
les hizo un gran detalle
 
de lo más remarcable a los curiosos.
 
«Empecemos, decían,
 
aunque sea por poco.»
 
Hiciéronse zapatos
 
con cáscaras de nueces, por lo pronto;
 
toda la raza mona
 
andaba con sus choclos,
 
y el no traerlos era
 
faltar a la decencia y al decoro.
 
Un leopardo hambriento
 
trepa para los monos:
 
Ellos huir intentan
 
a salvarse en los árboles del soto.
 
Las chinelas lo estorban,
 
y de muy fácil modo
 
aquí y allí mataba,
 
haciendo a su placer dos mil destrozos.
 
En Tetuán, desde entonces
 
manda el senado docto
 
que cualquier uso o moda,
 
de países cercanos o remotos,
 
antes que llegue el caso
 
de adoptarse en el propio,
 
haya de examinarse,
 
en junta de políticos, a fondo.
 
Con tan justo decreto
 
y el suceso horroroso,
 
¿dejaron tales modas?
 
Primero dejarían de ser monos.
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