En un día tibio de transición otoño-invierno, de esos nuevos, que agradables y extraños son, me miraron tus ojos con miedo, brillantes y temblorosos, pero brindándome calor; Aceptando lo que no fue ni es, lo que pudo ser y quizá nunca será. Creando una atmósfera fría, de tristeza, como la de una cárcel. Como estando, pero sin estar.
Nada me dijiste. Como siempre y como nunca. Como queriendo decir y no pudiendo... o pudiendo decir y no queriendo. Incierto es.
Desprecié la ingratitud, simulando ser alguien más. Mientras lloraba por dentro, sabiendo que nada puedo dar, para luego disponerme ante el azar. No al del juego, si no al del caminar. Llevando conmigo una pregunta que se repetía sin cesar: ¿Qué irá a pasar?
Así, caminando, escuché que me dijeron: “Te estás olvidando de vivirlo de tanto preguntarte qué es el amor” Mientras en mi mente aún seguía repitiéndose la pregunta, tal cuervo diciendo nevermore.
Y así pasan los días y voy desesperando, pero, diferente a lo escrito por Farrés, yo mismo voy contestando: Quizás.
De tanto preguntar, dejé de escuchar aquello que dijo alguien más y me concentré en saber qué era lo que yo mismo me quería decir. Mientras el tiempo y personas pasaban por mi lado sin darme cuenta. Como segado por las preguntas sin respuesta. Sordo de tanto oír mi propio cantar. Mudo de tantas ganas de gritar.
Brecht dijo alguna vez: “La piel, de no rozarla con otra piel se va agrietando...”, y aquí está la mía, cayéndose a pedazos. Quebrajada como tierra seca de verano. Fría, como la lluvia que ahora viene bailando sobre el frío viento invernal. Muerta, como reflejo de tanta incertidumbre e indecisión.