Felipe Palma Quezada

Olor a vino, sabor a nada.

Con color de ceniza en el pelo, lleno de dolor y desapego, escucho el deambular de mil y un pensamientos rondando por mi maquina infra pelo. Pensamientos de tristeza, muerte y llanto. De un dolor amargo que no se va.
Por qué habría de hacerlo– Me pregunto -, si muy bien acompañado está, por la soledad.
Con olor a vino y con sabor a nada me llega ese brillo seco e inexistente del rencor de tu mirada.
Tangos y boleros ausentes, pero aún más: tristes, los de nuestro fin.
Penetrante sigue el olor de tu cabello en mi almohada y aún sigo sintiendo ese sabor a miel y a albahaca que me entregaban tus palabras. ¡Ay! música opaca y penetrante la de tus mentiras. Deseos hechos trizas los de amar. Ni en un café, ni en una película o serie, ni en mil canciones encontraré aquella luz que daba tu sonrisa. Hoy, aún menos me importan el calor de la brisa que golpea mi ventana o el gorjeo de las aves que anidan en mi cornisa, pues ya no estás conmigo.
¿Para qué? Me sigo preguntando.
¿Para qué? pudiendo ser tan feliz.
Lamentable la situación. Tanto jolgorio, afecto y calentura alrededor ¿para qué?... Mentira poco creíble la de mi felicidad.
Risa exagerada y rostro inerte el de mi sufrir. Aquel que me acompaña al decir “no bebo más”.
Hasta el aire huele a alegría, más en mi pecho retumba tu nombre. Tal cuervo diciendo nevermore.
Me haces falta aquí. No lo niego. Es que regar el piso con mis lágrimas puedo.
Te perdí, y la culpa fue mía. Así, como el pollo.
Así, como en algún momento fui un dramaturgo entre tanta poesía. Como ese inmenso pastel que soy y fui, dentro de alguna basta pastelería.
Textos ya escritos, poemas ya recitados y lágrimas ya derramadas vuelven a brotar.
Dolores amargos y profundos. Sentimientos perdidos; fuera de lugar.
Carga en los hombros que siento ya no poder llevar. ¡Ay! que pesada carga, la de la soledad.

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