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No te conoce el toro ni la higuera… ni caballos ni hormigas de tu casa… No te conoce tu recuerdo mudo porque te has muerto para siempre. No te conoce el lomo de la piedra,
Aquellos ojos míos de mil novecien… no vieron enterrar a los muertos, ni la feria de ceniza del que llor… ni el corazón que tiembla arrincon… Aquellos ojos míos de mil novecien…
Agua, ¿dónde vas? Riyendo voy por el río a las orillas del mar. Mar, ¿adónde vas? Río arriba voy buscando
Se trajo en el corazón un pez del Mar de la China. A veces se ve cruzar diminuto por sus ojos. Olvida siendo marino
De los cuatro muleros que van al campo, el de la mula torda, moreno y alto. De los cuatro muleros
Sólo tu corazón caliente, Y nada más. Mi paraíso, un campo Sin ruiseñor Ni liras,
Un bello niño de junco, anchos hombros, fino talle, piel de nocturna manzana, boca triste y ojos grandes, nervio de plata caliente,
La luna asoma Cuando sale la luna se pierden las campanas y aparecen las sendas impenetrables.
La Lola canta saetas. Los toreritos la rodean, y el barberillo
Pulpo petrificado. Pones cinchas cenicientas al vientre de los montes, y muelas formidables a los desfiladeros.
Tú querías que yo te dijera el secreto de la primavera. Y yo soy para el secreto lo mismo que es el abeto. Árbol cuyos mil deditos
El cielo nublado pone mis ojos blancos. Yo, para darles vida, les acerco una flor amarilla.
Bajo la adelfa sin luna estabas fea desnuda. Tu carne buscó en mi mapa el amarillo de España. Qué fea estabas, francesa,
Cuatro granados tiene tu huerto. (Toma mi corazón nuevo.) Cuatro cipreses
Lámparas de cristal y espejos verdes. Sobre el tablado oscuro, la Parrala sostiene una conversación