Por la verde alameda, silenciosos,
íbamos ella y yo;
la luna tras los montes ascendía,
en la fronda cantaba el ruiseñor.
Y la dije... No sé lo que la dijo
mi temblorosa voz...
En el éter detúvose la luna,
interrumpió su canto el ruiseñor,
y la amada gentil, turbada y muda,
al cielo interrogó.
¿Sabéis de esas preguntas misteriosas
que una respuesta son?...
Guarda, oh luna, el secreto de mi alma!
Cállalo, ruiseñor!