Aquí estoy, otra vez, sentando frente a la estufa bebiendo un intenso y negro café que sabe amargo igual que ayer. En el periódico, las noticias lógicamente son diferentes cada día, pero en mi vida, nada parece cambiar. Siempre es la misma rutina. Y siempre es la misma pregunta la que me hago a mí mismo. ¿Será que no estoy listo para conocer el amor? Quizás sea un tanto pretencioso, pero la verdad es que no aceptaría a alguien para descubrir si me haría bien su companía, ya que eso sería correr el riesgo de desilusionarme.
Y no estoy en condiciones de soportar un dolor como aquel. En mis últimos momentos de mi vida, mantengo la esperanza de encontrar quién pueda llenar mi vacío antes de que me vaya terrenalmente. Aunque a nadie le llame la atención un pobre viejo arrugado y sin dinero, es la necesidad de sentir que amé a alguien verdaderamente la que genera mi actitud optimista.
Si me fuera en este momento, sería recordado en varias mentes del barrio, pero no quedaría ni un rastro de mi presencia en ningún corazón del mundo.
Creo firmemente que alguien hace un largo tiempo está esperándome en aquel rincón azulado de allí arriba. A aquel astro me gustaría aclararle que no decido quedarme por placer, porque son verdaderamente dolorosos esos momentos que paso recostado en mí cama, en los que mi cuerpo se siente muerto en mi vida, preparado para marchar pero permanece inmóvil debido a que mi alma sigue luchando.
No continua en la pelea sólo por encontrar el amor, porque, de todas maneras irme sin haberlo conocido no es lo que más me preocupa. Me desespera la posibilidad de irme sin saber el porqué el amor fue tan inalcanzable para mí. Si desapareciera ese misterio, yo ya estaría en en el cielo.
Se que hay algo que debo procesar, pero no se que es, ni por dónde empezar. Tal vez si comienzo amar le pueda dar a esta historia inconclusa un cierre final.