Anoche la enferma se fue de la vida,
por fin libertada de todos sus males.
Se fue sin angustias, como en un olvido,
sonriendo en sus hondos momentos finales.
Las madres del barrio musitan plegarias,
y, ahuyentando el sueño posible, la velan
con cara de luto, mientras las solícitas
a los pobrecitos huérfanos consuelan
La robusta moza de la otra buhardilla,
dio a luz esta tarde. Contempla gozosa
la flor de sus noches: ese diminuto
amor, amasado con carne radiosa.
El marido, alegre, parece un chiquillo
dueño del regalo que al fin le llegara,
y, en un amplio fuerte gesto, para nuevas
viriles conquistas los brazos prepara.
¡Inviolables Hembras! Las dos frente a frente.
Irreconciliables las dos bienhechoras:
derramando siempre sus oscuras larvas
en el intangible vientre de las horas
¡Qué triste está el cielo! ¡Cómo me contagia
las últimas penas de la luz vencida!
¡Canta, amada nuestra, la canción triunfante,
la canción eterna de la eterna vida!