Dejó de castigarla, por fin cansado
de repetir el diario brutal ultraje,
que habrá de contar luego, felicitado,
en la rueda insolente del compadraje.
Hoy, como ayer, la causa del amasijo
es, acaso, la misma que le obligara
hace poco, a imponerse con un barbijo
que enrojeció un recuerdo sobre la cara.
Y se alejó escupiendo, rudo, insultante,
los vocablos más torpes del caló hediondo
que como una asquerosa náusea incesante
vomita la cloaca del bajo fondo.
En el cafetín crece la algarabía,
pues se está discutiendo lo sucedido,
y, contestando a todos, alguien porfía
que ese derecho tiene sólo el marido
Y en tanto que la pobre golpeada intenta
ocultar su sombría vergüenza huraña,
oye, desde su cuarto, que se comenta
como siempre en risueño coro la hazaña.
Y se cura llorando los moretones
lacras de dolor sobre su cuerpo enclenque
¡Que para eso tiene resignaciones
el animal que agoniza bajo el rebenque!
Mientras escucha sola, desesperada,
cómo gritan las otras rudas y tercas,
gozando de su bochorno de castigada,
¡Burlas tan de sus bocas! ¡Burlas tan puercas!