Porque te miro y no sé de qué esquina del cielo me llegan las palomas,
se adormece la luz y se hunde el recuerdo más allá de la arena donde duermen los barcos asfixiados;
y si alza palabras de tu boca el ensueño distante
es como si la lluvia me cayese en un fondo amarillo de soledades muertas.
Con aquel palpitar de mariposas encendidas de ocaso
me suben desde el fondo del sueño tus manos con una esencia de violetas de nieve;
y todo el sabor inquieto que destiló tu boca
Está aquí, más ardiente, en el vaso de vino rojo y en remordimiento de tu partida inútil.
Porque estaba desnudo el cielo y sorda la pulsación de las orillas
cuando me sentí como un niño, solo en la mitad de la selva caliente;
y si echaba a rodar mi grito fuera de lágrimas y miedos
lo veía tornar a mí, rotas las alas, a hundir el pico en mi garganta.
Fuerza, fuerza para responder a cada luz con un gusano pequeñito;
fuerza también la que me obliga a verte con un suspiro exangüe entre las manos;
y más fuerza para decir que las estrellas están aún vivas,
cuando se sabe que ya no hay otra cosa que esperar más que la muerte de los árboles.
Se dormía la voz, inútil ya como los lirios de los muertos;
A cada atardecer pasaban sin razón la sombra inquieta de las golondrinas.
Cuánto adiós despedazado, cuánto espera por los balcones interiores
Frente a un sol de fantasmas y restos de suspiros y manos enlazadas.
No me imagino sino después de haber sentido entre los dedos los esqueletos de las hojas
Cuando se ponen a llorar bajo la luna por la caricia de los pájaros;
Ni me duelen tampoco estos clavos de anhelos
que se hunden para viajar entre los ríos de mi sangre.
Así me espanta la claridad que va llegando
si me encuentra sin más ocasión de gritar que la que duerme al pie de las estatuas indefensas;
y ese horror de estar vivo, lejos de aquellas rosas,
y ese miedo de sentirme apagar entre los yelos de tu olvido.
Por el camino caminar sin ver qué nubes cantan la ausencia de luz;
porque hasta ayer nada más tenía el mundo un destino de morir en tus ojos,
y toda la blancura de los cisnes se ha puesto a arder estremecida
con esa triste claridad que llega al cielo
cuando aún no se pintaron de azul las vestiduras de los ángeles.
Todo este sueño que está volando ciego
no sabe cuándo se aquietarán las aguas que llegan a buscar los caracoles desmarados.
Y aún más: como me duelen tanto las espinas del alba,
se echa a cantar tu vida lejos de mí para que se alimenten mis oídos con el recuerdo de tus senos.
Pero no quiero saber la propia fiesta de canciones desnudas;
no, no quiero tu engaño desde el mar ni la compasión de tantas azucenas
cuando estoy aquí solo, con el olvido de las lágrimas,
hundido tu recuerdo entre las manos para sembrarlo lejos de mí, por las auroras infinitas.