Emilio Prados Such

El cuerpo en el alba

Ahora sí que ya os miro  
cielo, tierra, sol, piedra,  
como si viera mi propia carne.  
 
Ya sólo me faltabais en ella  
para verme completo,  
hombre entero en el mundo  
y padre sin semilla  
de la presencia hermosa del futuro.  
 
Antes, el alma vi nacer  
y acudí a salvarla,  
fiel tutor perseguido y doloroso,  
pero siempre seguro  
de mi mano y su aviso.  
 
Ayudé a la hermosura  
y a su felicidad,  
aunque nunca dudé que traicionaba  
al maestro, al discípulo,  
más, si aquel daba forma  
en su libertad  
al pensamiento de lo bello.  
 
Y así vistió su ropa  
mi hueso madurado,  
tan lleno de dolor y de negrura  
como noche nublada  
sin perfume de flor,  
sin lluvia y sin silencio...  
 
Solo el cumplir mi paso,  
aunque por suelo tan arisco,  
me daba luz y fuerza en el vivir.  
 
Mas hoy me abrís los brazos,  
cielo, tierra, sol, piedra,  
igual que presentí de niño  
que iba a ser la verdad bajo lo eterno.  
 
Hoy siento que mi lengua  
confunde su saliva  
con la gota más tierna del rocío  
y prolonga sus tactos  
fuera de mí, en la yerba  
o en la obscura raíz secreta y húmeda.  
 
Miro mi pensamiento  
llegarme lento como un agua,  
no sé desde qué lluvia o lago  
o profundas arenas  
de fuentes que palpitan  
bajo mi corazón ya sostenido por la roca del monte.  
 
Hoy sí, mi piel existe,  
mas no ya como límite  
que antes me perseguía,  
sino también como vosotros mismos,  
cielo hermoso y azul,  
tierra tendida...  
 
Ya soy Todo: Unidad  
de un cuerpo verdadero.  
De ese cuerpo que Dios llamo su cuerpo  
y hoy empieza a asentirse  
a, sin muerte ni vida, como rosa en presencia constante  
De su verbo acabado y en olvido  
De lo que antes pensó aun sin llamarlo  
Y temió ser: Demonio de la Nada.
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