De pronto me he quedado como una rama sola
en espera del fruto y de la dulce hoja,
como un desierto, como un libro
olvidado en el polvo, como una silla rota
La sombra del abismo de los no bautizados
invade mi cabeza de una ceniza fría.
Estoy entre icebergs y barcos encallados,
entre máscaras viejas y frases sin sentido.
De pronto me he quedado como una rama sola
en un país de otoño perpetuo y angustiado,
como una isla de sal o un pájaro de nieve,
como un balcón sin rosas y una calle sin gente.
Han venido murciélagos, turbios niños de cieno,
oscilantes recuerdos como un suelo que cede
a la presión del pie… Fosforescencias mudas,
paraguas, esqueletos y no sé qué otras cosas…
De pronto me han cegado los ríos que yo amo,
me han talado los árboles y amputado los sueños.
¿Qué vuelo torpe, qué ala de espinas y membrana
va creciendo en mi pecho y me apaga las sienes?
Se llevaron los rostros y las cálidas manos,
las niñas con sandalias, los alegres muchachos
cuyas camisas se hinchan de viento y de hermosura
como velas de barcos, cuando van en patines…
De pronto me he sentido como un pozo sin fondo,
con un gusto muy triste de botella vacía,
esperado el amor del agua y sus estrellas,
la entrega de las nubes, el secreto del cielo.
Vendrán lámparas graves, realidad, ademanes
caras familiares… puentes hacia la vida.
Habrán de devolverme al reino de las formas
del llanto y de la risa, de los perros ladrando…
Aquí mi rama espera el brote de su alondra,
la humedad de la hoja y el fruto madurando:
¡Oh! venid, voces vivas, luces y voluntades,
corroboradme el mundo, la verdad, los paisajes.