Toma lección del pez o de la piedra,
abre el pecho al silencio de María;
tu sol desciende, se consuma el día:
tu palabra debajo de la hiedra.
La espada, huésped sorda del latido,
en su amoroso centro se coloca:
no tu lamento al borde de la boca;
tu llanto a la deriva del gemido.
En tus brazos la cruz velada en muerte,
a soledad sin nombre te convida
y bosque de dolor donde perderte.
Tu Dios talado y tu desnuda herida:
¡ojos para llorar y para verte,
desgajada Mujer, Niobe transida!