Del punto claro donde nace el día
y la lechosa estrella palidece
miro caer las rosas que a porfía
el alba pura entre sus dedos mece.
La lengua que bañada en armonía
en el toque de laúdes se estremece
convoca la celeste chillería
de alondras. En la torre la luz crece.
Pero el buen siervo, anticipado al rojo
clarín que abre amapolas de bravura
(alumbrando el oído antes que el ojo)
Ya está en vela, ceñida la cintura,
luz en la mano, pecho en el cerrojo,
atento a que regrese la Hermosura.